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Cómo el arte se convirtió en activo patrimonial

La obra de arte es un objeto que tradicionalmente se ha venido reconociendo por reunir ciertas cualidades: belleza, armonía, materiales perdurables y ejecución excelente. Todo esto lo convertía en algo escaso, deseado y, por ello, se revaloriza, convirtiéndose en un activo idóneo para invertir.

La obra de arte es un objeto que tradicionalmente se ha venido reconociendo por reunir ciertas cualidades: belleza, armonía, materiales perdurables y ejecución excelente. Todo esto lo convertía en algo escaso, deseado y, por ello, se revaloriza, convirtiéndose en un activo idóneo para invertir. En principio su valor residía en las características propias de cada pieza, no siendo las obras firmadas por su autor o autores; con el paso del tiempo los nombres de quienes las realizaban fueron incorporándose a las mismas.

Desde la Antigüedad al placer de comprar y disfrutar de una obra de arte se fue incorporando el efecto de inversión. Al igual que otras civilizaciones que alcanzaron su esplendor previamente (Mesopotamia, Egipto) los griegos diversificaban su patrimonio en distintos depósitos de valor: inmuebles, monedas, joyas, piedras preciosas, caballos, ganado, grano, lingotes de metales preciados (especialmente plata, oro y bronce), tejidos finos y barcos mercantes. A estos se añadían las obras de arte; algunas eran inmuebles y otras transportables. Entre las primeras se encontradas los frisos y las columnas de sus edificios; así como las pinturas a la encáustica (empleando ceras mezcladas con pigmentos) con que embellecían sus templos (como El Partenón de Atenas) y residencias. Entre las obras muebles se encontraban las joyas de alta calidad –que son consideradas preciosas- las esculturas y las cerámicas ricamente decoradas.

Al igual que las monedas y los lingotes de metales preciados, las obras de arte son desde hace milenios un depósito de valor singularmente atractivo, pues tiene la característica de no degradarse rápidamente con el paso del tiempo; no ocurre lo mismo con otros inmemoriales medios de acumulación de riqueza y de intercambio, como es el caso de los productos de las cosechas y el ganado. El arte viene teniendo también la importantísima cualidad de permitir atesorar y trasladar mucho valor en poco espacio físico; esto facilita su protección frente a terceros, así como poder acompañar a su propietario allá donde éste vaya. Adicionalmente, al tratarse de objetos escasos y preciados, su uso o exhibición ante los demás le confería cierto prestigio a su propietario. Finalmente, por todo lo antes señalado, se trata de unos objetos singulares y por ello apreciados por muchos; esto explica que tiendan a revalorizarse con el paso del tiempo.

La aportación griega fue la creación de un mercado de arte internacional hace ya tres milenios. Por la gran cantidad de monedas, joyas, esculturas y cerámicas griegas encontradas en yacimientos y pecios repartidos por todo el Mediterráneo, sabemos que los griegos comerciaban con ellas. Los mercaderes invertían en su compra, para luego revenderlas. Unos mercados que heredaron los romanos extendiéndolo territorialmente aún más. Con la fragmentación de los mercados, y el empobrecimiento general provocado por la caída del imperio romano, la calidad de las obras se resintió enormemente; tanto en cuanto materiales empleados como al planteamiento y ejecución de las obras de arte. En Europa Occidental no había casi magnates dispuestos a patrocinar a artistas, ni creadores con las opciones de arriesgar con obras a la altura de las romanas y griegas. La carestía de materiales -especialmente en cuanto a bloques de piedra- motivó que se hiciera un reciclado masivo de piezas romanas durante los siguientes siglos. La catástrofe en el arte llegó al extremo de que se perdió la fórmula de la pintura a la encáustica; no llegándose a recuperar la fórmula hasta finales del siglo XX, cuando la redescubre el español José Cuní.

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