En esta bitácora se me ha dado varias veces la oportunidad de escribir sobre las inversiones numismáticas. Siempre subrayo que la numismática puede ser un buen vehículo para refugiar un capital, pero quizá no tan bueno si se busca ganar dinero «batiendo a los índices». En este sentido, no recomendaría a nadie que se aproximase a la numismática, o a cualquier otro tipo de coleccionismo, con una simple finalidad pecuniaria. A quien solo busque rentabilizar sus ahorros le recomendaría que mejor dedicase su tiempo a analizar el mercado de la renta variable, o de la renta fija, o incluso el mercado inmobiliario.
El coleccionismo es una afición y como tal hay que entenderlo. El coleccionismo es intrínsecamente irracional; en última instancia es pura pasión. Quien dedica buena parte de sus recursos (básicamente su tiempo y su dinero) a coleccionar algo lo hace simplemente motivado por el propio placer de hacerlo. Quiere tener un museo particular con una temática concreta; si le preguntas el motivo, simplemente te dirá uno: le apasiona.
Una inversión en coleccionismo consiste en especular sobre cuáles serán las pasiones de los coleccionistas futuros. Especialmente las de los coleccionistas con una economía suficientemente desahogada, de forma que puedan dedicar un importe considerable a satisfacer su pasión. El problema es que esto es dificilísimo de prever. En una inversión en coleccionismo no se puede hacer un descuento de flujos de caja, ni un análisis de las barreras de entrada en un sector, ni nada por el estilo. Simplemente hay un número finito de ejemplares de cierto tipo en el mercado y si la demanda crece subirán de precio, si la demanda disminuye bajarán de precio. No hay más.
El coleccionismo generacional
De cuando en cuando aparecen titulares (muchas veces alarmistas) en los medios de comunicación que nos alertan de algunos coleccionistas que han gastado una millonada en cosas que para nosotros no tienen apenas valor. En los últimos años hemos visto que se han pagado miles de euros por algunos tazos, cientos de miles de euros por algunas cartas de Pokémon o millones de euros por videojuegos de Nintendo, por las zapatillas de Michael Jordan o por la guitarra de Kurt Cobain.
Nos podemos dar cuenta de que todos son objetos relacionados con los años 90. Es normal. Quienes en los 90 eran niños o adolescentes, hoy en día están entre los 40 y los 50, que es la edad en la que más poder adquisitivo se tiene. Esos niños que admiraban a Michael Jordan hoy tienen 45 años. Algunos de ellos se han convertido en millonarios y son felices al pagar millón y medio de dólares para tener las primeras Nike Air con las que Jordan jugó un partido allá por 1984.
Quien compró ese tipo de fetiches en los años 90, o quien guardó los videojuegos sin usarlos, ha hecho un grandísimo negocio. Preservó los iconos de una generación y los vendió cuando algunos miembros de esa generación se hicieron millonarios. ¡Muy bien por él! El problema está en cómo hacer lo mismo ahora.
¿Cómo guardar objetos actuales que sean deseados por los coleccionistas futuros? ¿Cuáles serán los iconos de la generación actual? ¿Qué desearán dentro de 25 años quienes ahora son adolescentes? ¿Querrán tener «funkos»? ¿Querrán las figuritas de Star Wars? ¿Buscarán juegos sin usar de la Play Station 5? ¿Botellas de güisqui? ¿Será un micrófono de Rosalía el objeto más codiciado? ¿Acaso solo querrán objetos digitales y el NFT del primer edificio construido en Minecraft tendrá un valor incalculable? Mucho me temo que adivinarlo es prácticamente imposible.
De entrada, lo normal es que cualquier cosa que se venda como coleccionable no sea una buena inversión futura. Esto se da por varios motivos:
- La empresa que emite el coleccionable hace previamente un análisis de mercado y emite la cantidad óptima para maximizar sus beneficios, no los beneficios de quien adquiere el ejemplar.
- En muchos casos el interés se debe a intensas campañas de márquetin por parte de las empresas. En el mundo hay millones de fans que compran muñequitos de Star Wars. Disney sigue alentando la aparición de nuevos fans, ganando jugosas regalías con nuevos muñequitos. Pero mucho me temo que el número de fans de Star Wars decrecerá drásticamente el día en que Disney considere que es mejor alimentar otro tipo de series. O quizá le interese alentar que siga habiendo coleccionistas en el futuro, pero que ellos solo se preocupen por lo que Disney les quiera vender entonces y no lo que vendió a los coleccionistas actuales.
También es dificilísimo adelantar qué cosas no se fabrican actualmente para coleccionar pero que quizá sean coleccionadas en el futuro. En la actualidad son los videojuegos, las cartas de Pokémon o los relojes de alta gama. Hace un par de décadas eran los cómics. Anteriormente los sellos, las vitolas de puros o las chapas de cava. Adivinar cuáles serán los deseos de la próxima generación es realmente difícil, por no decir imposible.
El coleccionismo de arte
Yo disto muchísimo de ser un entendido en el coleccionismo de arte, pero he hablado con varios coleccionistas y con varios profesionales para entender cómo funciona ese mercado.
Todos coinciden en que el largo plazo es muy difícil de prever. Salvo las grandísimas firmas, que solo están al alcance de una minoría de millonarios, los cuadros y las esculturas pueden pasar de valer nada a valer decenas de miles de euros. Y al revés.
Resulta que en una generación gusta el costumbrismo o el impresionismo. Los pintores de esa época se especializan en dichos estilos porque ven que el mercado responde muy bien. Las obras de los mejores artistas acaban vendiéndose y pagándose miles de euros por ellas. Las de los grandes artistas pretéritos, mejor todavía.
Treinta años más tarde es probable que ya no guste el costumbrismo ni el impresionismo, sino las abstracciones (como ahora). Nadie quiere poner en su casa un bodegón con un faisán, una cesta de frutas y un conejo muerto colgado de una pata. Ese bodegón que antes se subastaba por miles de euros ahora, simplemente, no encuentra público interesado. La misma casa de subastas que lo vendió por 6.000 euros, ahora ni siquiera quiere recogerlo para ofrecerlo porque sabe que no lo venderá ni aunque salga a subasta por 500 euros. Quizá ese bodegón haya adornado un bonito salón y haya servido de decoración a una casa durante décadas. Muy probablemente sus dueños estén contentos con la compra que hicieron, pero como inversión futura fue una adquisición ruinosa.
La numismática: coleccionismo a prueba de generaciones
La gran diferencia entre la numismática y el resto de coleccionismos es que con la numismática se colecciona historia. Esto implica que hay un gran número de interesados y que lo normal es que el interés se mantenga con el tiempo.
Sin ninguna duda, las monedas han sido el principal objeto de coleccionismo desde hace siglos. Hoy en día, además, el coleccionismo numismático se ha internacionalizado; no es raro ver que una moneda española se vende en Estados Unidos o en Centroeuropa. Esto hace que la numismática cuente con un mercado muy dinámico y capaz de absorber una buena colección sin problemas. Una colección de monedas romanas, griegas o españolas no tendrá problemas a la hora de encontrar un público interesado, ya sea vendiéndose como colección completa o subastándose pieza a pieza. Incluso si esa colección cuesta decenas de millones de euros.
En cuanto al interés a lo largo del tiempo, con la historia no estamos hablando de modas. Puede haber cierto interés pasajero sobre algún personaje histórico porque haya alguna película o novela de éxito que hable sobre él, pero eso apenas afectará al coleccionismo. El interés que hay por Carlos III, por Alfonso VI o por Tiberio es el mismo ahora que hace cincuenta años y, presumiblemente, será el mismo dentro de otros cincuenta. Por lo tanto, una colección de monedas que describa el periodo de esos personajes tendrá un interés semejante a lo largo del tiempo.
Un par de aclaraciones
Para finalizar, me veo obligado a hacer dos aclaraciones. A menudo se argumenta en contra del coleccionismo numismático que el uso de las monedas es cada vez más limitado; en el momento en el que dejemos de usarlas se acabará también la numismática, como pasó con la filatelia cuando se dejaron de usar sellos.
Mi argumento contra este argumento creo que es bastante sólido. Bien es cierto que la filatelia se ha derrumbado y nada hace pensar que se vaya a recuperar. Pero se debe recordar que la filatelia se ciñe a la historia de los últimos 150 o 200 años. De ese periodo se pueden coleccionar muchas cosas: periódicos, libros, juguetes, billetes, postales, fotografías, carteles… Los sellos son, simplemente, una cosa de tantas. Quien tenga interés en tener un museo privado que describa la historia reciente puede elegir entre muchos objetos para montar su museo particular.
En cambio, la numismática describe los últimos 2.600 años. Es un periodo amplísimo que solo es cubierto por la numismática. Si alguien quiere tener una serie de objetos que describan a las polis griegas, a la sucesión de emperadores romanos, a los reyes visigodos, la evolución del arte medieval, la economía de los Austrias, el desarrollo tecnológico del siglo XVIII… ¿qué alternativas tiene que no sean monedas? ¡Ninguna! Mucho me temo que será imposible, incluso para un millonario, tener en su casa una colección de mosaicos romanos o de falcatas o de papiros; sin embargo, una colección de monedas romanas está al alcance de todos. Es la única opción.
La segunda aclaración es que, aunque coleccionemos lo mismo, la forma de coleccionar varía con el tiempo. Hace 40 años se valoraban mucho más las rarezas, mientras que ahora lo predominante es el estado de conservación de las monedas. Por suerte, es relativamente fácil saber hacia dónde irá la tendencia del coleccionismo: Estados Unidos es el país que marca la pauta con, al menos, una década de diferencia con respecto a Europa. Por ahora la pauta está clara: las monedas con interés internacional en alta calidad de conservación son las que mejor se valoran, especialmente si son grandes y llamativas desde el punto de vista estético. Por eso considero que tetradracmas, denarios, sestercios, 8 reales y 8 escudos en alta conservación serán siempre un excelente vehículo para refugiar un capital.
Foto de Anthony