Esta afirmación, que suena a título de película de James Bond, normalmente suele ser verdad.
Puede ser que la afirmación de que el ahorro nunca es suficiente sea precisamente la clave de por qué el ahorro es poco frecuente; y, casi siempre, poco cuantioso. La precepción, primero, y constatación (después, con el paso de los años) de que lo ahorrado no satisface la necesidad, hace que el plan de ahorro sea frustrante y, como resultado, se desista de él, casi siempre sin tener en cuenta que siempre será mejor ahorrar lo que se pueda que no ahorrar nada en absoluto.
Y creo que pocos son los que no han sufrido ese «efecto elástico» del ahorro: parece que los imprevistos surgen cuando el ahorro está tocando máximos. Esto consigue que los ahorradores terminen frustrados, viendo que su objetivo no acaba de acercarse nunca y, finalmente, terminen por desistir, mirando directamente a otro lado para no visualizar un futuro que podría definirse como complicado.
Y aparecen las auto justificaciones que dan sentido al «no ahorro»: el carpe diem, el vivir el ahora porque no se sabe qué traerá el futuro… Pero los años pasan y el futuro, en la mayoría de los casos, se acerca, y cumplimos treinta años, y sigue avanzando hacia nosotros, y pasamos los cuarenta, y cuando se llega a los cincuenta lo que no importaba empieza a volverse una preocupación… Pero todo se realimenta, porque a los cincuenta el plan de ahorro (ese que pensamos que deberíamos haber empezado mucho antes) si hace tiempo que no lo ejecutamos… ¿qué sentido tiene ya? Mejor seguir viviendo el momento, aunque se disfrute mucho menos… porque tenía que tener algo previsto a estas alturas de mi vida…
En ausencia de cualquier plan financiero (por el motivo que sea: desconocimiento, dejadez, temor, etc.), el ahorro es lo más sencillo de implementar. Podría considerarse un primer paso que debe, además, darse cuanto antes para adentrarse en la gestión de las finanzas personales. Apartar una cantidad de dinero periódicamente y destinarla a crear ahorro es fácil. Mantener el ahorro, ya hemos visto que no lo es tanto. A los enemigos visibles y conocidos del ahorro (un capricho, un imprevisto, un cambio necesario, pero no provisto) hay que añadir los no tan evidentes como la inflación, que sin que nos demos demasiada cuenta va limando el poder adquisitivo del dinero ahorrado (según el Instituto Nacional de Estadística, los precios han subido un 52 % desde enero de 1999 hasta diciembre de 2019).
Pero es necesario insistir en que aunque, normalmente, ahorrar y no hacer nada más resulte ineficiente, es un pilar fundamental de cualquier plan financiero. La experiencia de los ahorradores (de los buenos ahorradores) indica que es mejor ahorrar desde el primer momento y hacerlo, además, según entra el dinero. Mejor así, que esperar a ver qué sobra después de los gastos. Es más efectivo apartar el dinero destinado al ahorro según se ingresa. Poco a poco, este ahorro debe llegar a sumar una cantidad destinada a cubrir imprevistos y emergencias. Y una vez conseguido este hito, debe continuar haciendo crecer el patrimonio, sirviendo entonces como materia prima que fomente la entrada del ahorrador en el mundo de la inversión (que no de la especulación).
Los recién llegados al mundo de la inversión rápidamente se dan cuenta de algo importante: el simple hecho de tener el dinero «atrapado» en las fluctuaciones del mercado y no poder o no querer acceder a él, hace que, con el paso del tiempo, aun en escenarios no favorables para el inversor, la cantidad total acumulada (ahorro más inversión) supere con creces a la que se solía tener acumulada simplemente con ahorro.
El simple ahorro (no acompañado de inversión) tiene además otro inconveniente: la incertidumbre. ¿Cuánto ahorro es necesario acumular para tener cubiertas nuestras necesidades actuales y futuras? Las actuales, si percibimos ingresos por nuestro trabajo, suelen preocuparnos poco. Respecto a las futuras, en muchos casos lo que se hace es mirar hacia otro lado o, en el mejor de los casos, contratar un plan de pensiones sin pararse a evaluar demasiado si es lo más conveniente o, directamente, sin saber demasiado qué se está contratando, más allá de que es un producto con ventajas fiscales destinado a cubrir la jubilación.
Pero, aun así, la duda persiste y la incertidumbre sigue ahí: ¿cuánto ahorro es necesario para mantener nuestro nivel de vida? Aquí, veremos que nos falta una incógnita para resolver la ecuación. Supongamos que una persona que gana y vive con 2.000 € mensuales consigue finalizar su vida laboral a los 65 años con la nada desdeñable cantidad de 300.000 €. Con un simple cálculo podemos concluir que en 150 meses (12 años y medio) gastando lo mismo que ganaba durante su periodo laboral, su ahorro se habría esfumado (la intención didáctica de este artículo hace que haya simplificado mucho el cálculo, no teniendo en cuenta datos muy relevantes como la inflación, posibles rentabilidades del ahorro, comisiones, impuestos, etc.).
Y después, ¿qué?… Con 77 años y medio (¡hecho un chaval!) se acabó la fiesta. Pero la vida sigue. Aquel futuro lejano, resulta que se ha presentado. Y esa es la incógnita: ¿cuánto más dura?, ¿cuánto sigue? Ese es el dato que nos falta para que un esquema basado en el ahorro puro y duro pueda llegar a funcionar. Una vez que nos jubilemos, ¿cuántos años tengo que proveer? La inversión no soluciona este problema, pero sí puede prestarnos un enfoque un poco más práctico, ya que mediante inversión es posible ir obteniendo rentas periódicas, dejando el capital restante produciendo para nosotros, y solo esto puede prolongar mucho la duración de todo el esquema.
A la edad de jubilación, por tanto, hay que llegar con todo esto medianamente resuelto, porque las «inversiones», si merecen llamarse así, deberían dar buen resultado en el largo plazo. En el corto, serán más bien «especulaciones», y aunque hay algunos (muy, muy pocos) especuladores magistrales, la mayoría de los mortales termina con pérdidas y saliendo del mercado prematuramente, con la lección aprendida de haber empezado una partida de algo, pero sin haber llegado siquiera a conocer las reglas básicas del juego.
En resumen. Ahorro, mejor que nada. Ahorro más inversión (siempre que sea con sentido común), mejor que simple ahorro.