Inversión de impacto
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Inversión de impacto para una industrialización sostenible e inclusiva en África

La razón por la que algunos países consiguen prosperar, y la justificación del progreso de unas naciones frente a la decadencia de otras, es un asunto que ha fascinado a muchos a lo largo de la historia.

La razón por la que algunos países consiguen prosperar, y la justificación del progreso de unas naciones frente a la decadencia de otras, es un asunto que ha fascinado a muchos a lo largo de la historia.

El fin de la Guerra Fría marcó profundamente la cooperación, en la que un engañoso mensaje altruista y paternalista disfrazaba un marcado foco en el desarrollo económico. Tras dicho periodo, el crecimiento económico como objetivo, dejó paso al ser humano, como medio y fin para la consecución del desarrollo. La pobreza no se concibe ya como un fenómeno meramente material, sino que se extiende a cuestiones como la equidad, los derechos económicos, sociales y culturales, la autorrealización, la seguridad o las posibilidades de elección disponibles para que cada ser humano pueda llevar el tipo de vida que valora.

Bajo esta perspectiva, el crecimiento económico es una condición importante pero subordinada a generar oportunidades iguales para todos. Sin embargo, cuando partimos de realidades de subdesarrollo, desestructuradas, con economías basadas en un sector primario exportador, con ausencia de sector industrial, gran tamaño de la economía informal, agricultura de subsistencia, índices altísimos de pobreza, falta de capital humano formado, el verdadero desafío reside más en el cómo se genera dicho crecimiento que en el crecimiento en sí mismo.

El continente africano ha tenido grandes dificultades para convertir su abundancia de recursos en riqueza compartida y desarrollo económico sostenido. Según los cálculos del Banco Mundial, en 2018, un 40% de la población vivía con menos de 1,90 dólares al día en la región. Los índices de desempleo son muy altos y el acceso a los empleos de calidad sigue siendo una excepción para los jóvenes y las mujeres en la mayoría de los países africanos.

Además, la falta de infraestructuras es un gran impedimento para la inversión y el crecimiento en este continente, que, sin embargo, reúne las características suficientes para convertirse en un motor económico global. Con unas tendencias demográficas que lo sitúan como la mayor fuerza laboral del planeta, el potencial económico es enorme en muchos sectores, pero debe industrializarse para cumplirlo.

La importancia de todo esto ha sido puesta de manifiesto en innumerables ocasiones. El G20 incluyó en su agenda la industrialización de África y la de todos los Países Menos Desarrollados (PMD), la Agenda 2063 de la Unión Africana también contempla este cometido y en una reciente resolución de la Asamblea General de la ONU se declaraba el periodo entre 2016 y 2025 el «Tercer Decenio del Desarrollo Industrial para África».

Sin embargo, estas palabras deben respaldarse con compromisos financieros y de colaboración reales. Si queremos lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 y atajar los desafíos mencionados, es necesario y urgente involucrar a todo tipo de organizaciones y a todo el espectro de capital disponible para acelerar una industrialización responsable en el continente africano, que garantice un desarrollo inclusivo, sostenible y generador de empleo que incremente las «posibilidades de elegir» de todos los hombres y mujeres de África. La participación de las mujeres en el desarrollo de África es, de hecho, un tema importante puesto que, a pesar de ser piezas clave en todos los aspectos de la realidad social, económica y cultural de sus países, su participación ha permanecido ampliamente invisible.

Existe una herramienta que tiene la capacidad de contribuir a industrializar África generando el desarrollo sostenible e inclusivo que buscamos. Se trata de la inversión de impacto, una forma de inversión que tiene como objetivo generar impactos sociales y ambientales sostenibles para las empresas y comunidades en las que interviene, así como una rentabilidad financiera atractiva para el inversor.

Pongamos como ejemplo el caso de Global Social Impact Investments SGIIC, gestora especializada en fondos de inversión de impacto social. Con GSIF, un fondo abierto de deuda privada, invierte en modelos de negocio consolidados de África subsahariana. A través de ese modelo genera de forma directa, medible y reportable periódicamente a sus inversores un impacto social positivo, además de una rentabilidad financiera para sus partícipes.

La última inversión de este fondo ha sido Green Lion, una empresa ghanesa que proporciona bienes y servicios para los pequeños comercios informales, que representan un mercado de 600.000 millones de dólares y son vitales para las economías de muchos países africanos. Estas tiendas, que venden alrededor del 90% de todos los bienes de consumo -generalmente a clientes de bajo poder adquisitivo-, son propiedad en su amplia mayoría de mujeres emprendedoras. Facilitando el acceso al crédito o la gestión de su stock, Green Lion fortalece a miles de mujeres emprendedoras, mejorando sus medios de vida y los de sus familias y transformando sus comunidades.

Es cierto que el perfil rentabilidad-riesgo de algunos de los proyectos de alto impacto social puede resultar ligeramente menos atractivo para aquellos inversores que no están dispuestos a renunciar a retornos de mercado a cambio de generar un impacto real, directo y positivo en las comunidades en las que invierten.

Sin embargo, para aquellos proyectos de alto impacto que en un primer momento no pueden competir con rentabilidades de mercado, están las estructuras de financiación combinada o blended finance, que unen distintos tramos de inversión con distintos perfiles rentabilidad-riesgo-impacto. A menudo, estas estructuras suponen una inversión inicial financiada por fondos públicos o de origen filantrópico que asume un mayor riesgo o un menor retorno financiero con el objetivo de atraer o servir de catalizador para la inversión privada. Con estas estructuras, los inversores mencionados anteriormente, que inicialmente podrían descartar la inversión en estos modelos, pueden ver incrementado el atractivo de los mismos.

Según el informe Growing Impact 2020 de la IFC, la financiación combinada ha movilizado 41.000 millones de dólares en capital catalítico desde 2015, consiguiendo atraer 120.000 millones de dólares adicionales de capital privado hacia proyectos e inversiones de impacto, lo que demuestra el potencial de estas estrategias para movilizar capital privado en dirección a los ODS.

El World Investment Report 2014 de la UNCTAD estimó que, para alcanzar los ODS, con los niveles actuales de inversión, los países en desarrollo se enfrentan a una brecha de 2,5 billones de dólares anuales. En uno de sus últimos informes, la OCDE alertaba de que la situación había empeorado como consecuencia del COVID19, y que esa brecha de financiación podría haber superado los 4 billones de dólares en 2020.

Es necesario y urgente, por tanto, incrementar la oferta de inversión de impacto movilizando fondos que atraigan inversión privada y para ello hace falta explorar el desarrollo de estructuras innovadoras de financiación combinada, además de abordar modelos de distribución y comercialización de productos financieros de impacto y de incorporar metodologías de medición y gestión del impacto social que garanticen la integridad del mercado. El gran reto al que nos enfrentamos exige involucrar a todo tipo de organizaciones y a todo el espectro de capital disponible con el objetivo de catalizar un desarrollo empresarial sostenible e inclusivo basado en el mercado en países de bajos ingresos.

Si algo bueno está teniendo esta crisis, es que ha reactivado las conciencias y, bien aprovechada, puede ser un impulso para incrementar la justicia global y el bienestar individual y social. Que todos los pueblos puedan elegir dónde ir y cómo hacerlo. Que a la vez nos sintamos parte de un mismo pueblo, que nunca seamos ajenos al sufrimiento de otros seres humanos, a las injusticias y trabajemos juntos por un futuro mejor para la Humanidad, que salvaguarde los derechos humanos de todas las personas -también de las generaciones futuras y, con ellos, la dignidad de cada ser humano, que es la mejor garantía de paz, seguridad y libertad.

Foto de Green Lion

 

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