Jean-Marie Eveillard, gestor de fondos de extraordinaria trayectoria, se propone en este libro resumir su experiencia ofreciendo un doble mensaje: la inversión en valor es un método que tiene sentido y que funciona a largo plazo.
En la adolescencia, su profesor de latín le dijo: “todo está en los libros”. En la universidad, además de jugar al bridge y ver películas, le ocurrió algo importante: “aprendí de verdad a leer un balance”. A los 28 años leyó El inversor inteligente, de Graham: “me iluminó completamente”. Cuatro años después, quedó marcado por otra lectura decisiva: los informes anuales de Berkshire Hathaway, de Buffett. Siguió leyendo, y encontró a Hayek y Von Mises, de la Escuela austríaca. En todas esas lecturas descubrió un principio esencial de la inversión en valor: la humildad. El inversor en valor no atiende rumores; no pretende saberlo todo; no trata de adivinar el futuro; y tiene en cuenta al hombre: “Una de las razones por las cuales la inversión en valor tiene sentido es que tiene en cuenta la naturaleza humana. Ben Graham entendía la naturaleza humana”. Y una vez asumido esto, se concentra en lo único concreto y real que puede aspirar a conocer: el valor intrínseco de la empresa. Ese valor, además de lo cuantitativo, depende fundamentalmente “de la calidad de sus fortalezas”. Con estas condiciones, siempre habrá pocos inversores en valor auténticos en el mundo, por razones fundamentalmente psicológicas. Por eso conviene ser humildes y buscar a gestores capaces que hagan todo lo que nosotros no seríamos capaces de hacer. Porque un inversor en valor es, por definición, un inversor a largo plazo, y eso significa sacrificio. Porque asumir la volatilidad como una oportunidad, y no como un riesgo, no es fácil. Porque hay que trabajar mucho y en profundidad para conocer a fondo un negocio, y eso tampoco está al alcance de todos. Y, lo más importante, porque hay que aceptar de antemano que uno quedará rezagado de vez en cuando: “Los resultados de mis fondos durante 28 años se debieron básicamente a las acciones que no poseía: empresas japonesas a finales de los 80; acciones tecnológicas a finales de los 90; y acciones de bancos en 2008”.
En este libro aprendemos de la rica experiencia de Jean-Marie Eveillard que siempre habrá momentos difíciles, y que uno sólo puede considerarse un inversor en valor cuando asume y comprende esos momentos, cuando los aguanta y los aprovecha, para acabar ganando a largo plazo. “La mayoría de la gente no está hecha para la inversión en valor, porque la naturaleza humana se encoge ante el dolor”.
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