Desde hace ya algún tiempo parece existir un interés especial en contraponer el modelo inversor de gestión activa frente al cada vez más popular modelo de gestión pasiva. Creo que haber estudiado y llevado a la práctica ambos modelos confiere a este artículo un valor que no he encontrado en los muchos que he leído sobre el tema.
Para realizar un poco mejor este análisis, antes de lanzarnos a la comparativa deberíamos definir un poco más en profundidad qué es lo que estamos comparando, porque hay muchas formas de gestión activa y otras tantas de gestión pasiva.
En el caso que nos ocupa, vamos a entender la gestión activa como la llevada a cabo por gestores de fondos de inversión que componen sus fondos mediante la selección y rotación periódica de los valores incluidos en sus carteras. Esto mismo podría extrapolarse al inversor particular que decide crear su propia cartera de acciones, seleccionando y rotando periódicamente dichos valores.
Por gestión pasiva entenderemos la que se apoya en una selección de fondos indexados, sin más gestión. Como mucho, podría contemplarse en este modelo el rebalanceo que debe aplicarse en caso de que la cartera se descompense por las fluctuaciones del mercado, pero esto ya podría considerarse una interferencia en la pasividad de la gestión.
Con sólo estos datos, tratar de enfrentar ambos modelos y obtener verdades absolutas resulta harto difícil, pero sí podemos anticipar algunas conclusiones en base a la experiencia.
La rentabilidad obtenida (dato en el que hacen mucho hincapié casi todos los análisis que he leído) no es un dato relevante a priori. Ambos modelos pueden hacerlo mal o bien, dependiendo de su contenido. (¡Pues vaya conclusión de andar por casa, oiga!). La rentabilidad también varía dependiendo del plazo. Pero no perdamos el foco: lo que realmente estamos comparando es la gestión, y aquí es donde mi análisis se despega de los demás.
Centrados en la gestión, es evidente que una cartera de fondos indexados es muy fácil de confeccionar. Con unos pocos fondos de este tipo podemos cubrir prácticamente la economía del planeta entero. Y esto proporciona un altísimo grado de diversificación. No digo con esto que mediante fondos de gestión activa no pueda lograrse un alto grado de diversificación, pero creo sinceramente que no al nivel que proporcionan los fondos indexados. Por poner un ejemplo, el índice MSCI North America lo constituyen 709 valores (información a fecha 30 de abril de 2021). Llegar a este nivel de granularidad con fondos gestionados activamente o con acciones individuales es simplemente ineficiente: ya sólo las comisiones de confección de la cartera lo volverían inviable y realizar un seguimiento adecuado precisaría demasiado tiempo.
Por otra parte, la gestión pasiva simplifica mucho el proceso de elección de activos. Con un fondo indexado se proporciona un «lote» que se gestiona automáticamente según varíe el contenido del índice que el fondo replica. Está claro que una buena selección de acciones o de fondos de gestión activa pueden batir con creces en rentabilidad a un fondo indexado. El problema reside en dar con esa combinación ganadora de acciones o fondos… sobre todo si la inversión se mantiene a largo plazo: en un plazo de 10 años casi el 90% de los fondos gestionados activamente no baten a su índice de referencia. Si el plazo aumenta a 15 años… sólo un 4% pasaría la prueba…
Siguiendo centrados en la gestión, otro aspecto a considerar es el relativo a los costes, que también es importante. Siempre lo es. Dar cifras de rentabilidad «bruta» no tiene demasiado sentido. Un fondo (cualquiera, indexado o no) con buen desempeño, pero lastrado por unos costes elevados y con el peso añadido de la inflación, puede estar generando pérdidas. Sucede que los fondos de gestión activa tienen un coste total que suele ser más elevado que el de los fondos indexados. Hablamos de una proporción nada desdeñable: la gestión activa parte de un punto que ya es hasta tres veces más caro que el de la gestión indexada. Para afirmar esto, basta con ver la carga de comisiones totales de ambas gestiones: un fondo indexado al mercado norteamericano, europeo o asiático tiene una comisión total de un 0,30 % o 0,35 % anual. La gestión activa más barata cuesta encontrarla por debajo de un 1 % (y es muy frecuente que llegue a ser superior al 2 %).
Tal vez esta enorme diferencia no se aprecie dando la cifra porcentual, pero si un inversor tuviese un millón de euros invertido, por ejemplo, la comisión pasaría de los 3.000 € por la gestión indexada a más de 10.000 € (en el mejor de los casos) de la gestión activa… y con esos 7.000 € que hay de diferencia entre ambas gestiones nuestro inversor podría montar cuchipandas, jolgorios y parrandas varias dignas de hacerle sonreír mucho en su momento postrero… O incluso, podría reinvertirlo año tras año, haciendo funcionar la magia del interés compuesto a su favor… (Pero seguro que nuestro inversor ha estado esforzándose unos cuantos años para conseguir ese millón, y ya le toca disfrutar un poco del fruto de su esfuerzo, ¡que no quiere ser el más rico del cementerio!).
Y una consideración más sobre los costes: muchos intermediarios del mercado de valores, cuando la inversión es en acciones, nos erosionan un poco más el patrimonio si no realizamos un número determinado de operaciones al año… y así, la gestión activa puede también encarecerse con comisiones de custodia de los valores, por cobro de dividendos, etcétera, etcétera.
Mención aparte, aunque necesaria, requiere también el coste fiscal. En este aspecto, la gestión pasiva reporta dos ventajas: por un lado, mientras que los traspasos entre fondos (tanto de gestión activa como pasiva) pueden realizarse sin pagar peaje fiscal (no en todos los países, aunque sí en España), la misma operación con acciones requeriría forzosamente una venta que consolidaría un beneficio o pérdida y el consiguiente pago a hacienda, si procediese. Por otro, aunque la gestión sea pasiva, sí que se producen cambios en la cartera de valores, ya que los índices cambian su composición (empresas que entran y salen), y los fondos que los replican también “absorben” automáticamente esos cambios sin coste adicional.
Para cerrar el aspecto de los costes, conviene indicar que al reinvertir el dividendo de las acciones se incurre en el coste de la operación de compra correspondiente, mientras que los fondos generalmente repercuten el dividendo al patrimonio del fondo, haciendo de nuevo la operativa mediante fondos algo más eficiente.
Así que podemos concluir que en el largo plazo (10 años o más), casi siempre será más ventajosa una gestión pasiva basada en fondos indexados que la gestión mediante fondos de gestión activa o la gestión de una cartera de acciones: por diversificación, por costes asociados y, como consecuencia final de todo ello, por rentabilidad neta. Y la probabilidad de dar con una cartera de acciones / selección de fondos (de gestión activa) que lo supere es de 1 contra 10.
En contrapartida, la inversión en fondos indexados es sumamente aburrida. Tanto que casi todos los inversores pasivos no podemos evitar alegrar un poco la fiesta con una cartera de acciones o algún que otro fondo no indexado… porque, al fin y al cabo, nada nos impide quedarnos con lo mejor de los dos mundos.