Mantener posturas radicales en relación con cualquier tema es un hecho recurrente en el mundo de la inversión. En función de sus afinidades, sesgos y preferencias, los inversores toman posición como de un «bando» o del «otro bando» y se enzarzan en cruentas batallas dialécticas en torno a este o aquel asunto. La discusión típica ha girado durante mucho tiempo en torno al análisis técnico frente el análisis fundamental. Además, dentro del bando «fundamental», por ejemplo, también se han desencadenado guerras intestinas, como la rivalidad deep value contra growth. También se contagia el «mal rollo» a los diferentes tipos de activos, como las criptomonedas frente al resto del mundo. O se extiende la guerra entre estrategas de inversión con posturas radicalmente enconadas, como dividenders frente a compounders. La lista es interminable.
La gestión activa y la gestión pasiva no dejan de ser una muestra más de estas peleas de gallos sin final feliz ni propósito práctico que valga la pena reseñar. Los partidarios de ambas luchan a muerte por tener la razón y esgrimen sus correspondientes argumentos de la mano de gráficas, excels y cuadros. En este sentido, recientemente se ha percibido, o al menos muchos así lo han percibido, un movimiento contrario a la indexación, es decir, la aparición de haters de Bogle y de sus teorías. Puede que como reacción al movimiento previo en dirección contraria protagonizado por lovers entusiastas.
El asunto en sí no reviste gravedad alguna y habría que buscar su origen en lo de siempre, es decir, los buenos resultados absolutos y relativos de una estrategia frente a la otra y el cambio en la tendencia de esos resultados. Lo que esto significa no es otra cosa que la vieja historia de siempre, connatural al género humano, de defenestrar y ensañarse con el perdedor y adular sin rubor al ganador. No obstante, llama la atención que tanto los «odiadores» como los «amantes» no reflexionen sobre aquello que en realidad pueden llegar a tener en común.
Por ejemplo:
- Tanto la gestión activa como la pasiva son estrategias de inversión y, por tanto, llevan aparejadas ventajas y desventajas. Que a una le haya ido mejor que a la otra desde 2009 (y que, por norma general, le vaya mejor a largo plazo) no significa que sus pros y sus contras hayan desaparecido, sino que la bolsa ha subido, y como ha subido y los resultados son, por consiguiente, positivos, no vienen más que a reforzar lo que previamente unos ya creían sin pararse a pensar que toda moneda tiene una cara y una cruz. Es decir, que el mercado sólo te ha enseñado la cara buena.
- Tanto si el inversor decide indexarse como si recurre a la gestión activa, bien de manera institucional, bien de manera individual, la única realidad que nadie puede negar es que ninguno de los dos opera en el vacío de las abstracciones de los gráficos y los excels. Esto quiere decir que el inversor es un ser humano de carne y hueso con circunstancias personales propias y particulares que van desde su edad a su estabilidad laboral, así como a su situación familiar y a cualquier otro elemento individualizador. Es decir, que tanto el activo como el pasivo han de contextualizarse dependiendo de sus circunstancias y objetivos de inversión.
- Es absurdo pensar que un inversor no pueda usar la gestión pasiva al mismo tiempo que la activa. O sea, que no son estrategias excluyentes sino complementarias. Lo que es excluyente es el fanatismo religioso porque, obviamente, si tu dios es el único verdadero, entonces las deidades del prójimo habrán de ser herejías e idolatría. Pero, afortunadamente para el inversor, la gestión activa y la gestión pasiva no son religiones. Sólo se convierten en tales si él lo decide. Por tanto, no compiten, a priori, en el ámbito de la fe, por mucho que la inversión en acciones se base en la fe y creencia en un futuro mejor de la mano de un optimismo racional. No toca el inversor indexado carne contaminada si tiene acciones a título personal que elige en base a los criterios que considera más oportunos. No comete pecado ni ofensa el inversor activo que a la vez posee un fondo índice que replica el MSCI World.
Por tanto, las batallas y guerras en torno a la gestión activa y pasiva no constituyen más que pasatiempos de poca monta y guerritas fundamentadas, en ocasiones, en la performance del último ejercicio. Quizá lo que ocurre es que un inversor ha fracasado al poner en práctica una estrategia determinada de inversión y entonces es mejor condenar a la estrategia que a sí mismo. Quizá sucede que el inversor ha tenido mala suerte con el momento en cual ha empezado a invertir y pasados unos años sigue estando en números rojos a pesar de haber sido un «buen creyente» y de haber seguido todos los preceptos y los mandamientos de rigor. Entonces es mejor culpar a la estrategia que reconocer uno mismo que no se era tan creyente ni se tenía tanta fe como al principio de su éxodo había creído tener.
No obstante, y para finalizar, debemos tener siempre presente que las polémicas y los barullos tienden, al igual que la violencia, a estar protagonizadas por minorías muy activas que hacen mucho ruido. Sin embargo, las nueces de muchos inversores suelen estar repartidas en varios cestos y cabría preguntarse hasta qué punto la aparente rivalidad entre gestión activa y gestión pasiva no se trata de una impostura más del mundo de las finanzas y de la inversión, reverberada por el eco de las redes sociales. O, dicho de otra manera, es muy probable que la mayoría de inversores combinen con mejor o peor acierto y en equilibrios iguales o desiguales ambas estrategias y, por tanto, que el «haterismo» o el «loverismo» atañan a una minoría bulliciosa pero en absoluto representativa de lo que suele ser el inversor medio. Que habrá de ser lo más probable, tanto por activa como por pasiva.
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