Con la inflación disparada a lo largo de los últimos años, unos de los temas que más preocupa a ahorradores e inversores y que más portadas ha ocupado es el efecto del incremento del nivel de precios sobre los ahorros de los agentes económicos y el comportamiento de estos. No son pocos los economistas que, estudiando de nuevo este fenómeno en los tiempos actuales, han recurrido al episodio inflacionario de la década de los 70 para encontrar puntos de apoyo sobre los que construir su análisis.
Aunque pueda parecer sorprendente, sobre todo por cómo ha cambiado la economía global desde 1970-1980 a hoy en día, muchos de los estudios que se realizaron en la época analizando el efecto de la inflación sobre el comportamiento ahorrador e inversor son enormemente relevantes hoy en día, además de contraintuitivos en multitud de ocasiones.
A muchos les sorprenderá que los periodos inflacionistas coinciden con un incremento notable en las tasas de ahorro, aunque esto no sea nada nuevo. Ya en el año 1975, el economista George Katona publicó un interesante paper en el cual señalaba cómo la incertidumbre y el pesimismo motivados por elevados niveles de inflación estimulaban un incremento del ahorro destinado a formar un colchón de capital para el futuro.
Aún es pronto para saber si el periodo inflacionista que estamos viviendo provocará o está provocando un incremento de la tasa de ahorro, pero algunas conjeturas teóricas pueden servir para entender cómo esta relación se puede estar desarrollando en pleno shock inflacionario.
Partiendo de la teoría macroeconómica más básica, podemos esperar que la inflación tenga dos efectos o influencias principales sobre el ahorro. En primer lugar, un elevado incremento del nivel de precios propiciará un mayor interés por activos reales en lugar de activos financieros, lo que se conoce como un flight to safety, es decir, una desinversión de, por ejemplo, renta variable hacia vivienda, oro o similares. A la par, la sensación de incertidumbre y pesimismo en el mercado que causa la inflación puede conllevar el aumento del ahorro previamente comentado, incrementando la tasa de ahorro agregado.
Conviene extender un poco la explicación sobre el mecanismo que conduciría a dicho efecto. La manera más simple de proponer una hipótesis al respecto se basa en el efecto negativo de la inflación sobre el índice de confianza de los consumidores, el cual tiene una relación directa con los niveles de consumo en la economía. Por lo tanto, una reducción del volumen de consumo presente (demanda agregada) a raíz de la incertidumbre sobre el futuro a causa de la inflación, supondría que, si el poder adquisitivo se mantiene en un rango similar al anterior, el volumen de ahorro se incrementaría (y, también, la tasa de ahorro). Si este mecanismo hubiéramos de plasmarlo en un modelo macroeconómico o aportar una explicación algo más técnica, podríamos argumentar que la inflación contribuye a incrementar la varianza de la expectativa de ingresos futuros, ya que los agentes preferirían incrementar los ahorros (aunque esto se haga de manera inesperada) a descapitalizarse, generando un cambio de comportamiento que contribuiría a reducir el consumo e incrementar la tasa de ahorro, aún incluso en caso de una pérdida moderada de poder adquisitivo.
Por otra parte, existen multitud de efectos indirectos de la inflación sobre el ahorro que merece la pena mencionar. Uno de los más conocidos es que la inflación erosiona el valor real de los activos nominales y, por ende, reduce el valor real de las carteras y disminuye la riqueza financiera de los agentes económicos. Dicho efecto de reducción de riqueza, tal y como dicta la teoría macroeconómica, contribuirá a generar una contracción del consumo y, en la mayoría de casos, a incrementar la tasa de ahorro de dichos agentes.
Además, la inflación tiene efectos notables sobre la distribución de la renta y la desigualdad, a través de los cambios que causa en el comportamiento de los agentes hacia el ahorro y el consumo. Un ejemplo claro es cómo la inflación inesperada genera transferencias de renta de los ahorradores a los deudores debido a la erosión que esta causa sobre el valor real de la deuda (tanto pública como privada), razón por la cual a los estados más endeudados les interesa tener una inflación relativamente elevada. Por otro lado, si los salarios nominales crecen a menor nivel que la inflación y que los beneficios empresariales, se estaría produciendo también una transferencia de renta de los empleados a los empleadores, afectando todo ello a la distribución de la renta y los niveles de desigualdad asociados.
Asimismo, cabe resaltar que la propensión marginal al consumo (y, por lo tanto, al ahorro) de estos grupos difiere bastante, lo que significa que las variaciones en la distribución de la renta comentadas afectarán notablemente a la tasa de ahorro general de la economía. Algo similar ocurre con los ingresos fiscales, ya que, si la inflación causa un incremento de los ingresos nominales (aun con una devaluación de los reales), esto conllevará un incremento del tipo impositivo medio en un sistema fiscal progresivo, siendo esta la razón por la que muchos economistas argumentan que en un escenario de elevada inflación se han de deflactar los tipos impositivos.
Además, la inflación puede afectar al ahorro a través de programas como los planes de pensiones, en los cuales la contribución a los mismos en muchos casos está fijada como una proporción del salario nominal, por lo que la contribución en volumen total a dichos planes incrementaría en caso de subidas del salario nominal precedidas por la inflación.
Finalmente, desde el punto de vista puramente macroeconómico existen dos teorías que cabe resaltar en relación con el asunto tratado. La primera expone que el incremento de ahorro que sigue a la inflación se debe a una reducción en el consumo que dura hasta la estabilización del mercado y el asentamiento de los precios nominales, momento en el que los niveles de consumo por producto vuelven a asentarse, tal y como ha sido demostrado empíricamente por Deaton (1997). La segunda teoría, aquella relacionada con el desequilibrio macroeconómico, predice que la inflación contribuirá a incrementar el ahorro en un entorno en el que los precios no sean perfectamente flexibles ya que, si este es el caso, un incremento de precios indica un exceso de demanda, contribuyendo el mercado a regular la misma, causando una contracción de la demanda agregada hasta el retorno al punto de equilibrio.
Tal y como hemos podido observar, contra lo que muchos puedan pensar de manera intuitiva, la inflación no causa una contracción de la tasa de ahorro, sino un incremento de esta, a raíz de la incertidumbre causada por la escalada del nivel de precios. Por lo tanto, no debería sorprendernos si a lo largo del próximo año observamos tasas de ahorro por encima de los niveles a los que estamos acostumbrados.
Foto de cottonbro studio