El progreso tecnológico se produce a rachas, pero las recompensas económicas y de inversión impulsadas por la actividad económica ocurren de manera relativamente uniforme. La inversión en nuevas tecnologías se ve impulsada por el primer arrebato de entusiasmo que se genera en torno a un descubrimiento. Y ello es casi invariablemente un mal negocio a largo plazo.
La historia nos demuestra que el botín siempre va a parar a los usuarios de la tecnología, a las empresas que las usan para su propio beneficio, y no a sus fabricantes o productores. La gran burbuja de Internet no será la última de su clase. Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual. Este es el aviso de la historia a los inversores: siempre habrá mercados especulativos en los que las viejas reglas parecen haber sido tiradas a la basura; y siempre habrá momentos en que una oleada de inversores prefiera tragarse historias plausibles en lugar de realizar complicados cálculos matemáticos. Cuando esto suceda, agarre bien su cartera y recuerde la famosa advertencia de John Templeton: las cuatro palabras que salen más caras en el mundo de la inversión son “esta vez es diferente”.
Sin agallas, no hay gloria. La rentabilidad alta se consigue comprando a precios bajos y vendiendo a precios altos. Pero comprar cuando los precios están bajos provoca miedo, debido a que los precios bajos que producen una alta rentabilidad futura no son posibles sin la presencia de cierto caos y riesgo. Las acciones baratas solo excitan a los desapasionados, a los analíticos y a los entrados en años. Comprar activos que todo el mundo ha estado rehuyendo precisa de una fortaleza y determinación que casi ningún inversor posee. Pero si estamos a la altura de la tarea, sin duda obtendremos la recompensa.
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