Sin austeridad no hay ahorro. Austeridad es rehusar lo innecesario, porque lo innecesario nada significa. Consiste sencillamente en evitar emplear el dinero en lo que no necesitamos, para que nunca falte para lo necesario.
Los reclamos y las tentaciones del mundo son constantes, y no es sencillo evitarlos. Es preciso contar con alternativas sólidas al consumo como satisfacción inmediata, fácil y fugaz, como forma de entretenimiento y como huida del tedio. Para evitar las tentaciones, es preciso construir una vida hacia dentro, donde nuestro tiempo esté lleno de trabajo gustoso, afectos verdaderos y ocio sutil.
Es preciso tratar el dinero como lo que es: no como un fin, sino como un medio para procurarnos una vida digna y suficiente en lo material. El ahorro no debería vivirse como un sacrificio. Se trataría, más bien, de ordenar nuestra rutina con cierta disciplina y definir con rigor nuestras prioridades, para que el ahorro nazca y crezca de manera natural como consecuencia de nuestra forma de vida diaria. Lo decisivo no es lo que se gana, sino lo que se gasta. Y se trata de adecuar, a la antigua, la vida a los ingresos, no los ingresos a la vida
El ahorro es fruto de la austeridad y supone una fuente básica de independencia personal. Se trata, además, del impulsor más potente y eficaz de la inversión y de la riqueza de un país, y constituye el dato más elocuente para adivinar el futuro económico de una sociedad.