Psicología de la inversión
Medio

Behavioral investing (II): las trampas de los atajos mentales

Para ser un buen inversor es fundamental conocerse a uno mismo.

Para ser un buen inversor es fundamental conocerse a uno mismo: es recomendable estudiar cómo tomamos decisiones en entornos complejos y bajo incertidumbre, y cuáles son los principales errores sistemáticos que cometemos al hacerlo. Precisamente a esto se dedica la economía conductual, y en particular su aplicación al mundo de la inversión: el behavioral investing. Esta serie de artículos está dedicada a explicar cuáles son los errores o sesgos cognitivos más comunes que cometemos a la hora de invertir y cómo podemos mitigar sus consecuencias.

En el artículo anterior vimos un grupo de estos errores sistemáticos de inversión relacionados con la falta de humildad intelectual. En concreto, explicamos que las personas tendemos a actuar bajo un injustificado exceso de confianza y de optimismo, que buscamos confirmación de nuestras ideas preconcebidas, que creemos que los eventos pasados eran más fáciles de predecir de lo que realmente fueron y que consideramos que los éxitos son méritos propios mientras que los fracasos son frutos de la mala suerte. Cada uno de estos sesgos, como vimos, afecta muy negativamente a nuestra toma de decisiones de inversión, y por ello expusimos las principales soluciones prácticas que existen para minimizar sus efectos.

En este segundo artículo vamos a explicar otra serie de errores sistemáticos de inversión que también tienen algo en común: todos ellos se derivan de un mal uso inconsciente de atajos mentales. Los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky fundaron precisamente la economía conductual publicando una serie de artículos sobre lo que denominaron “heurísticas”: atajos cognitivos que permiten tomar decisiones rápidas sobre asuntos complejos o con información incompleta. El problema que señalaron era que, en muchas ocasiones, y en especial en nuestro entorno moderno, estas heurísticas dan lugar a errores sistemáticos de juicio y en la toma de decisiones. Kahneman y Tversky identificaron originalmente tres grandes atajos mentales con sus correspondientes sesgos: efecto anclaje, representatividad y disponibilidad. A continuación veremos que estos atajos mentales también provocan errores sistemáticos a la hora de invertir.

El primero de estos atajos mentales es el efecto anclaje (anchoring effect). ¿En qué consiste? Kahneman y Tversky lo demostraron a través de un experimento. Hacían girar una ruleta trucada con números entre el 1 y el 100 pero en la que sólo podían salir el 10 y el 65. Después de accionarla y obtener uno de estos dos números frente a un grupo de encuestados, les hacían dos preguntas: “¿El porcentaje de países de la ONU que son africanos es mayor o menor que este número?” “¿Qué porcentaje de países de la ONU estimas que son africanos?”. Lo curioso es que, a la segunda pregunta, los grupos que habían obtenido un 10 en la ruleta estimaban de media que el 25% de los países son africanos, mientras que a aquellos que había obtenido un 65 en la ruleta estimaban una media del 45%. La diferencia se debe al efecto anclaje.

El efecto anclaje es el atajo por el que para estimar un valor que no conocemos, tendemos a buscar una referencia inicial (ancla) y a ajustar a partir de ella en función de la información subsiguiente. El problema es que, como Kahneman y Tversky explicaron, el ancla tiene una influencia desproporcionada y el ajuste posterior tiende a ser muy insuficiente. Además, comprobaron que las personas tienden a escoger como ancla casi cualquier cifra que tengan en mente en ese momento, en muchas ocasiones números completamente aleatorios. En el experimento anterior, lo que ocurría era que las personas tomaban como ancla el número que salía de la ruleta, pese a que sabían que no tenía nada que ver con el porcentaje de países africanos de la ONU. Cuando se preguntaba a los encuestados si consideraban que esa cifra aleatoria había tenido alguna influencia en su respuesta posterior, por supuesto, decían que ninguna en absoluto.

El efecto anclaje es culpable de importantes errores sistemáticos que cometemos al tomar decisiones de inversión. Por ejemplo, un ancla habitual al realizar valoraciones es un posible precio de referencia, como cuando se analizan ofertas de compra o venta a un precio dado. Otro error típico es anclarse a un precio histórico, como al tomar como referencia un precio mínimo o máximo alcanzado en un periodo de tiempo determinado. Otro ejemplo de ancla comúnmente utilizado es tener en cuenta cuál fue el precio de adquisición a la hora de tomar la decisión de vender, cuando deberían de ser totalmente independientes. Aunque tal vez el caso más importante sea el uso del método de valoración por múltiplos comparables, probablemente el más utilizado en la industria de la inversión, pues es una enorme fuente de errores sistemáticos de valoración por basarse en el efecto anclaje.

¿Qué podemos hacer para mitigar las consecuencias del efecto anclaje? En primer lugar, procurar sistematizar nuestro proceso de valoración y de toma de decisiones, de forma que sea independiente de cifras tentadoras. Por otro lado, ignorar cuando sea posible cifras de referencia, históricas o benchmarks hasta después de realizado el análisis. Cuando esto no sea posible, bien porque falta información o porque se trata de una negociación de compra o venta, tener presente el efecto anclaje: debemos identificar posibles anclas que podamos habernos fijado al realizar el análisis. Y, por supuesto, evitar métodos como el de múltiplos comparables para tomar nuestras decisiones de inversión, sobre todo si tenemos la opción de usar otros métodos más robustos como el de descuento de flujos de caja.

El segundo atajo mental es el denominado sesgo de representatividad (representativeness bias). Cuando tenemos que evaluar si X pertenece a la categoría A, un atajo típico es preguntarnos cuánto se parece X al estereotipo de A que tenemos en mente: si tiene algunas características típicas de A, le tendemos a dar una alta probabilidad al hecho de que X pertenezca a esa categoría. Como sucede con otros atajos mentales, en ciertas situaciones en las que hay que tomar una decisión rápida, compleja o con poca información, produce respuestas funcionales. Imaginemos que uno de nuestros antepasados se encuentra en la sabana con un animal que no conoce, pero que tiene las características típicas de un depredador: gran tamaño, colmillos afilados y grandes garras. No hay mucho tiempo para recabar más información, así que un buen atajo mental en esa situación es asignarle la etiqueta de “animal peligroso” y huir.

Sin embargo, en muchos ámbitos de nuestra vida este atajo produce errores en la toma de decisiones. Por ejemplo, en un famoso experimento, Kahneman y Tversky entregaron a los sujetos la siguiente descripción de una persona: “Linda tiene 31 años, es soltera, sincera y muy inteligente. Estudió filosofía. Cuando era estudiante estaba muy preocupada por los problemas de discriminación y justicia social, y también participó en manifestaciones antinucleares”. A continuación, les pidieron que ordenaran por orden de probabilidad una lista de escenarios para Linda, entre los que estaban “Linda trabaja en un banco” y “Linda trabaja en un banco y es activista en el movimiento feminista”. El 82% situó la segunda como más probable que la primera, ya que la descripción de Linda parecía más representativa de una feminista que de una empleada de banco. Pero lógicamente la segunda opción no puede ser más probable que la primera.

Aunque el error en este ejemplo es demasiado obvio, en la realidad los errores principales que cometemos por el sesgo de representatividad se deben a que cuando algo nos parece representativo de una determinada categoría, ignoramos completamente las probabilidades subyacentes de pertenecer a dicha categoría. Este error cognitivo es típico en el ámbito de las inversiones. Por ejemplo, cuando nos imaginamos el estereotipo de inversión exitosa, solemos pensar en un negocio de buena calidad y con grandes perspectivas de crecimiento. Sin embargo, la inmensa mayoría de las empresas con estas características de las que oímos hablar habitualmente serían inversiones mediocres, ya que tienden a estar excesivamente caras. Si nos guiamos por esa primera impresión, estaríamos cometiendo un error.

La recomendación más pertinente para mitigar los efectos del sesgo de representatividad consiste en evitar etiquetar una oportunidad de inversión por parecernos representativa de una categoría o semejante en algún aspecto a una inversión pasada. Para ello, es fundamental que nos ciñamos a un proceso de valoración de inversiones que sea lo más objetivo y sistemático posible, en el que primeras impresiones o atajos mentales como el de representatividad no tengan relevancia.

El tercer atajo mental propuesto originalmente por Kahneman y Tversky es el denominado sesgo de disponibilidad (availability bias): tendemos a pensar que aquello que recordamos con más facilidad es más probable o frecuente. Sin embargo, la realidad es que es común recordar más fácilmente cosas que nos hayan causado más impresión, por lo que el hecho de que algo nos resulte más fácil de recordar no significa que sea más probable. Por ejemplo, mucha gente evita bañarse en las playas de Florida o Australia al atardecer por miedo a los tiburones: en esa situación es casi inevitable recordar los relatos de ataques de tiburón de noticias, documentales o películas. Sin embargo, la realidad es que la probabilidad de morir por un ataque de tiburón es prácticamente cero. De hecho, es 30 veces más probable morir por la caída de un fragmento de avión, aunque esa amenaza no parece generar grandes fobias.

Como en los casos anteriores, el sesgo de disponibilidad genera importantes errores sistemáticos a la hora de invertir. Al estimar probabilidades sobre el futuro, tendemos a dar un peso excesivo a eventos que hayan tenido un gran impacto en el pasado, que hayan ocurrido recientemente o que nos hayan afectado personalmente. Por ejemplo, cuando la bolsa lleva mucho tiempo subiendo, y todo el mundo habla de lo bien que le va, muchos inversores se lanzan a comprar; sin embargo, después de una gran crisis bursátil, cuando está en boca de todo el mundo lo doloroso que puede ser invertir en acciones, sucede lo contrario: muchos inversores venden y se salen del mercado. Obviamente, no hay forma más sencilla de arruinarse que comprar caro y vender barato.

En este ejemplo se ve claramente un efecto que también describían Kahneman y Tversky: las cascadas de disponibilidad. Cuando se producen eventos impactantes mucha gente habla de ellos, tanto en los medios como en nuestras conversaciones privadas, y el hecho de que se hable mucho de ellos incrementa la relevancia que parecen tener, realimentando el efecto positivamente. Cuando no sólo se han producido caídas en la bolsa, sino que además en los medios se habla insistentemente de las consecuencias de dichas caídas, e incluso buena parte de la opinión pública señala que invertir en acciones es poco recomendable y que hay que invertir en otros instrumentos, es difícil caer en la cuenta de que tal vez sea el momento de comprar, no de vender.

El principal remedio contra el sesgo de disponibilidad consiste en evitar que nuestras proyecciones sobre el futuro se basen en nuestra intuición o en lo que escuchamos en los medios, pues nuestra visión estará distorsionada por recuerdos de eventos que nos hayan causado una gran impresión emocional o que hayamos escuchado repetidamente. Para ello, es recomendable que nos basemos en datos lo más objetivos posibles, que recojan largos periodos de tiempo y que podamos valorar de manera objetiva.

 

En conclusión, hemos visto que algunos atajos mentales que hemos desarrollado para economizar esfuerzo y tiempo al tomar decisiones complejas tienen un lado oscuro: inducen errores sistemáticos en la toma de decisiones. Así, tendemos a anclarnos excesivamente en cifras de referencia para hacer estimaciones (efecto anclaje); ignoramos las probabilidades subyacentes de que algo pertenezca a una categoría cuando nos resulta muy representativo de la misma (sesgo de representatividad); y tendemos a creer que el hecho de que algo sea más fácil de recordar lo convierte en más probable o frecuente (sesgo de disponibilidad). Como hemos visto, estos atajos provocan importantes errores a la hora de invertir, pero existen métodos para tratar de minimizar sus consecuencias. Y es que los atajos mentales en ocasiones nos conducen al camino equivocado.

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