Cada vez estoy más interesado en la psicología financiera, ya que, además de ser una materia apasionante de estudiar, soy consciente de la importancia que juega en nuestro día a día como inversores.
Hace unos meses leí un artículo en Morningstar referente al psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, considerado uno de los padres de las finanzas conductuales, en relación a una práctica que éste había desarrollado con otros colegas para mejorar los resultados de los inversores. Resumidamente, según dicha práctica, el asesor financiero trataría de determinar la aversión a la pérdida de sus clientes, para así gestionar sus carteras en dos partes: una contendría los activos que el cliente estaría dispuesto a arriesgar y la otra, mucho más conservadora, que comprendería la parte que el cliente quiere proteger. Ambas cuentas se gestionarían por separado y los informes también se remitirían por separado.
Estoy convencido de que el sesgo de aversión a la pérdida es uno de los que más daño puede ocasionar en nuestra cartera de inversión. Sabemos, por los estudios de Kahneman y otros investigadores, que odiamos perder entre dos veces y dos veces y media más de lo que disfrutamos ganando una cantidad equivalente.
En condiciones de incertidumbre, damos más peso a las posibles pérdidas que a las posibles ganancias, lo cual empeora con la “miopía” de centrarse excesivamente en el corto plazo. Según los investigadores, este sesgo no afecta sólo a los inversores particulares, como señala James Montier, al cual le sorprende que algunos gestores de fondos tengan acceso al rendimiento de su cartera en tiempo real.
Además, según varios estudios (como los de Terry Odean o Andrea Frazzini) tanto los inversores particulares como los profesionales tienen más probabilidades de vender una acción con beneficios que una con pérdidas. De hecho, según dichos estudios, los fondos de inversión con mayor rendimiento fueron aquellos con un porcentaje más alto de pérdidas realizadas (es decir, los que tenían menor aversión a la pérdida), y viceversa.
Como señala Andrew W. Lo, hay un error típico que suele afectar a operadores sin experiencia conocido como “doubling down” (doblar la apuesta). Sería el caso del operador que se niega a reconocer una pérdida y opta, dejándose llevar por el pánico, por doblar la apuesta en lugar de liquidar la operación errónea, con la esperanza de que cambie la tendencia y recuperar lo perdido, ya que le resultaría menos doloroso psicológicamente.
¿Qué podemos hacer para enfrentarnos a este u otros sesgos psicológicos que tanto puede afectar a nuestras inversiones? Autores como el mencionado James Montier resaltan el poder del compromiso previo y de centrarnos en nuestro proceso de inversión, examinando nuestras inversiones cuando estamos en un estado frío y racional. Montier pone el ejemplo de cómo John Templeton daba a sus agentes órdenes de compra muy por debajo del precio de mercado, antes de que se produjera un episodio de pánico en los mercados, siendo consciente de la dificultad psicológica de comprar en esos momentos de máximo pesimismo.
No puedo estar más de acuerdo con James Montier sobre la importancia de adoptar algún tipo de compromiso previo. Quizá a algunos inversores les pueda resultar de utilidad dividir la cartera en diferentes partes, como vimos al principio, o una asignación de activos predeterminada, o cualquier otro proceso o método con el que se pueda comprometer cada uno según su perfil de riesgo.
Pensando en consejos de grandes inversores, me viene a la mente, por ejemplo, la sugerencia de Peter Lynch de autodisciplinarse e invertir el mismo importe de forma automática y periódica. Benjamín Graham, por su parte, ya recomendaba adoptar algún tipo de método mecánico para modificar la proporción entre obligaciones y acciones en la cartera del inversor. Recordemos para terminar que, según Graham, “incluso el inversor inteligente necesitará una considerable fuerza de voluntad para dejar de seguir a la multitud”.