Si eres joven, es muy probable que no sepas los grandes tesoros a los que puedes acceder. El primer tesoro, además, viene de serie: es la propia juventud…. ¡divino tesoro! Paradójicamente, esto se entiende con la edad. Pero hay otro gran tesoro del que precisamente la juventud nos ciega: el disponer de la experiencia de los que ya antes han habitado el mundo. Los que estaban antes, los que ya han pasado por aquí. Poder apelar a esa experiencia es efectivamente un enorme tesoro…
Me voy a inventar la vida de dos personas, a las que familiarmente llamaré Pedro y Pablo. Ambos nacieron en sendas familias de clase media, al inicio de la década de los 70. Siendo vecinos, fueron al mismo colegio, compartieron esos maravillosos años y después del colegio accedieron a la universidad. Ambos terminaron sus estudios y se lanzaron al mundo laboral.
Ambos encontraron el mismo trabajo, por el mismo sueldo y condiciones y ambos encontraron una chica de clase media con la que se casaron y tuvieron dos estupendos hijos. Ambos, con ayuda de sus mujeres, sacaron sus familias adelante y pudieron proveer a sus hijos de una educación similar a la que ellos tuvieron. Ambos recorrieron el camino de la vida como amigos y casualmente ambos morirán en 2059, con 88 años. Son dos vidas paralelas de ficción, pero, si lo pensamos bien, no dista mucho de lo que haya podido pasar con muchos compañeros de colegio de una época de “baby boom”.
No obstante, Pedro y Pablo, aparentemente iguales, gestionaron su vida de una manera muy distinta: Pedro vivió una vida convencional, mientras que Pablo apeló a la experiencia de sus mayores y, en base a lo que aprendió, pudo tomar decisiones que afectaron directamente en su vida.
Mientras que Pedro fluía con la multitud, Pablo se preocupó por gestionar su vida y en algún momento de su juventud empezó a interesarse por la educación financiera. Unos pocos libros y una conexión a internet le permitieron ahondar en su conocimiento. Y así, aunque ambos comenzaron cobrando 1000€ netos cuando se incorporaron al mercado laboral con 24 años, cómo gestionaron el dinero fue clave en sus vidas.
Pedro siempre quiso ahorrar y todos los meses se hacía el firme propósito de guardar lo que le sobrase a fin de mes. Paul, sistemáticamente comenzó a guardar nada más cobrar la nómina una pequeña parte de esta. Poca. Muy poca, porque con un sueldo mileurista tampoco se podía hacer demasiado. Con 24 años ambos tenían muy claro que, además de trabajar, hay que vivir la vida. Invertir 80€ cada mes le pareció una cantidad lo suficientemente razonable como para que pasase desapercibida.
Tras siete años de aprendizaje y trabajo, Pedro y Pablo tuvieron la misma oportunidad de cambiar de trabajo y prosperar. Con 31 años, sus sueldos pasaron de 12000€ netos a 18000€. Por fin podían plantearse una mejora en sus vidas. La idea de poder comprar un coche o meterse en un piso empezó a desplazar a la de salir los fines de semana…
Para entonces, Pedro ya había descubierto que ahorrar a fin de mes funcionaba bastante mal. Al fin y al cabo, él era prudente y no envidiaba demasiado tener tarjeta de crédito… Ganaba poco, pero era prudente y no quería caer en excesos. Ya llegaría su momento. Pablo, simplemente, no hizo nada. Continuó mes a mes con su aportación, y cuando el aumento llegó, sólo incrementó la cuantía de su ahorro. Pasó de invertir 80€ a poner 120€. No ganaba mucho dinero, pero los algo más de 7500€ que tenía invertidos por aquel entonces le parecían todo un logro, conseguido sin apenas darse cuenta.
A los 35, ambos tomaron la decisión de casarse y lanzarse a comprar un piso. En pareja, todos con trabajo, las cuentas salían mejor, y aunque la vivienda era cara, un piso siempre es una inversión. Un coche pequeño, aunque de segunda mano, también fue posible. Poco después llegarían los hijos… Y, de nuevo, el sueldo no daba para más.
Con 40 años ambos recibieron juntos la noticia de un nuevo aumento. Muy necesario, pero justo también: 23000€ netos como recompensa a una trayectoria profesional que la empresa reconocía. Y una vez más, Pedro se planteó hacer algo, porque no podía ser que después de tantos años el dinero a fin de mes se esfumase siempre… Y Pablo solo pudo incrementar su inversión 30€ al mes: de 120€ a 150€. Con 40 años, muy consciente de que jamás sería rico, los 28000€ que tenía invertidos le animaban a seguir con su sencillísimo camino a seguir.
Así, llegamos hasta hoy. Pedro y Pablo viven entre nosotros… Tal vez hayamos coincidido con ellos en el metro o en cualquier otro lugar. Pero la magia de la escritura nos permite hacer un avance rápido de sus vidas.
Los 50 años los celebrarán por todo lo alto y con el que será el último aumento de sueldo de su vida laboral. Poco más de 2000€ netos para lidiar con hijos adolescentes, una casa por terminar de pagar y otro coche también comprado de segunda mano. Y los gastos, de todo tipo: luz, agua, gas, ropa, algún capricho, alguna escapada, regalos de Navidad, etc…
A Pedro, el ahorro nunca le dará tregua: poder disponer del dinero rápidamente será una maldición en un mundo de comercio electrónico lleno de gangas, vuelos low cost y suscripciones para todo (tv, música, juegos de consola, almacenamiento en la nube, mantenimiento de electrodomésticos…).
Para Pablo, exactamente igual. Pero lo conseguirá sólo con lo que resta de quitar a los 1900€ que a él le quedarán al mes tras su inversión y los gastos de los niños, de la hipoteca, del coche… Pero, una vez más, incrementará 20€, hasta los 170€ la aportación mensual a su inversión. Su cartera en este momento pasará de los 64000€.
Nos encontramos ya en el año 2039. Pedro y Pablo se jubilarán con 67 años. Dos años antes, ambos habrán terminado de pagar la hipoteca afortunadamente… Porque la pensión no será capaz de soportarla.
Después de 44 años de duro trabajo y cotizaciones, el baño de realidad empañará el futuro de sus venideros “años dorados”: la prestación que empezarían a recibir apenas será la cuarta parte de su último salario… De su poder adquisitivo, mejor ni hablar.
Pedro no podrá más que llevar una economía de subsistencia. El resto de su vida será como siempre: un hacer lo mismo que los demás… Pero ahora con las limitaciones de ser un pensionista “puro y duro”. Como todos, al fin y al cabo. El plan de pensiones que inició cuando tenía 50 años, demasiado tarde, se revelará del todo insuficiente…
Paul, será de esos “afortunados” que podrá completar su pensión con los rendimientos de la cartera que tantos años le costó construir. Años, que no esfuerzo económico, porque lo que fue poniendo mes a mes ni siquiera supuso un 10% de lo que ganaba. Aun así, la cartera le proporcionará tanto como la pensión. Es decir, Pablo cobrará al mes el doble que Pedro.
Y morirán ambos con 88 años. Peter dejará a su familia el legado material de toda una vida: una casa pagada, un viejo coche y mil objetos sin más valor que el sentimental. Pablo, exactamente igual, pero con una cartera de unos 165.000€ para sus herederos, que si siguen sus mismos pasos serán, ellos sí, ricos.
F I N
Lo que pretende este texto es hacer reflexionar a los más jóvenes (y a los que se aproximen al mundo de la inversión por primera vez) sobre la importancia de tener y ejecutar un plan. Sobre el valor que hay que conceder al tiempo más que a la “cantidad”. Sobre lo que podrá pasar en el largo plazo con pequeños ajustes:
¿Y si en vez del 0,8% de ahorro hubiese sido del 0,9% o del 1%?
¿Y si se hubiese empezado a invertir un par de años antes?
¿Y si en lugar de comprar la casa, se hubiese alquilado e invertido la diferencia?
¿Y si estando de alquiler también se hubiesen invertido los costes de mantenimiento que generaría una casa en propiedad?
En muchos textos sobre independencia financiera normalmente suelen compararse universos diferentes: el “súper dilapidador” vs el “homo frugalis” más extremo… Este texto simplemente trata de poner un poco más de sensatez a esa odiosa comparación tan recurrente. Todo ello sin entrar a valorar si la que este texto cuenta deja de ser, también, bastante odiosa…