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Por qué invertir nuestro ahorro a largo plazo en activos reales y cómo hacerlo

Como ya se ha comentado en varios artículos en este blog, existen motivaciones muy variadas por las que ahorrar. Una de ellas es que, por mucho que nos hagamos un presupuesto mensual, seguro que en los próximos meses o años tendremos gastos no previstos y, quizás, reducciones imprevistas en los ingresos. Por ello, es importante mantener en liquidez –por ejemplo en una cuenta corriente– una cierta cantidad que sirva de colchón de seguridad para afrontar estos imprevistos. Esta cantidad dependerá del nivel de vida de cada uno.

Sin embargo, si conseguimos ahorrar algo más, una cantidad que con casi toda probabilidad no vayamos a necesitar en los próximos 5-10 años, deberíamos empezar a plantearnos cuál es la mejor opción para invertir nuestro ahorro a largo plazo. Es en este punto en el que se nos abren dos grandes posibilidades: 1) ser prestamista o 2) ser propietario de activos reales.

¿Por qué invertir en activos reales?

La primera opción consiste en prestar nuestro ahorro. Si lo hacemos, es posible que perdamos poder adquisitivo a largo plazo, aun cuando nuestros deudores cumplan sus promesas de pago. ¿Cómo es esto posible? La deuda está denominada en alguna moneda y, a largo plazo, la inflación causa estragos en el poder adquisitivo de las monedas. Así, la moneda en que cobramos mañana suele tener menor poder adquisitivo que la moneda que prestamos hoy.

La segunda opción consiste en adquirir activos reales. Estos reflejan la propiedad sobre «algo» –o sobre parte de «algo»–. Si ese «algo» es demandado de forma relativamente estable a largo plazo por la sociedad, invertir nuestros ahorros en ello tenderá a protegernos contra la inflación. Pero, ¿en qué tipo de activos reales deberíamos invertir? Mi primera respuesta sería clara: en aquellos que entendamos. Salir del propio círculo de competencia es el primer paso hacia una inversión ruinosa.

¿En qué tipo de activos reales hacerlo?

Los distintos tipos de activos reales se podrían clasificar sobre una recta en función de lo únicos que sean. De hacerlo así, cerca de uno de los extremos estarían las materias primas –entre las que está el oro–, fácilmente replicables y cuya extracción se va haciendo más eficiente conforme se van desarrollando mejoras tecnológicas. Cerca del extremo opuesto se situarían aquellas empresas que, protegidas por «fosos defensivos», ofrezcan un producto o servicio que no pueden ofrecer sus competidores.

Entre estos dos extremos se encontrarían otros activos reales como, por ejemplo, los inmuebles –en los que las familias españolas han invertido históricamente la mayor parte de su ahorro para protegerse de la inflación crónica relativamente alta, que sufrieron a lo largo de las décadas anteriores a la entrada en circulación del euro–. Su mayor cercanía a uno u otro extremo depende, básicamente, de su localización –un piso en el centro de Madrid o Barcelona es menos replicable que uno perdido en las afueras–.

La inversión en vivienda mediante una hipoteca presenta ventajas e inconvenientes. En mi opinión, para alguien con la suficiente disciplina para ahorrar periódicamente y con las ganas suficientes de ampliar algo –tampoco hace falta mucho– su círculo de competencia, existen mejores formas de invertir sus ahorros a largo plazo. El siguiente gráfico muestra los rendimientos totales reales –ya descontada la inflación–, a lo largo de los últimos dos siglos, de las principales alternativas a la vivienda en que un ciudadano medio de EEUU hubiese podido invertir sus ahorros. Es importante señalar que la escala del eje vertical es logarítmica.

Fuente: Jeremy Siegel. “Stocks for the long run”

Se puede comprobar que el conjunto de las acciones americanas –que no son otra cosa que un título de propiedad sobre una parte proporcional de una empresa– ha ofrecido un rendimiento total real del 6,6% anualizado a lo largo de los últimos 210 años, batiendo a largo plazo de forma espectacular no sólo a la inflación, sino también a los bonos, las letras y el oro.

Es verdad que, en periodos relativamente cortos, otros activos han batido a las acciones. Sin embargo, no es fácil acertar haciendo «market timing» –i. e. intentando comprar y vender en el mejor momento–. No digo que no pueda conseguirlo nadie, pero tal y como señala Ángel Martín Oro, debido a sesgos naturales en el ser humano, los inversores suelen obtener peores resultados a largo plazo que los activos en los que invierten: guiados por sus emociones, suelen comprar caro y vender barato. ¿Cómo luchar contra estos sesgos? Una solución fácil es invertir la misma cantidad, de forma periódica y en los mismos productos. Así, compraremos al promedio del periodo.

¿A través de qué vehículo hacerlo?

Si, a la luz de los resultados históricos, decidimos invertir de forma periódica nuestro ahorro a largo plazo en empresas mediante la compra de acciones, el siguiente paso será decidir a través de qué vehículo hacerlo. Veamos, a continuación, las tres opciones que considero principales.

1. Gestión pasiva a través de fondos índice
. Sabiendo que es muy probable que el conjunto mundial de todas las empresas cotizadas lo haga razonablemente bien a largo plazo, seguramente la opción más fácil sea comprar una cartera de productos que reflejen de forma más o menos fiel ese comportamiento agregado. Esto puede hacerse mediante la compra de fondos que repliquen una serie de índices representativos del conjunto global de empresas cotizadas existentes. Estos fondos, que pueden ser cotizados –ETF– o no, suelen tener comisiones muy bajas y, aunque es importante señalar que rentabilidades pasadas no aseguran rentabilidades futuras, tenderán a reportarnos unos rendimientos razonables a largo plazo sin necesidad de dedicar demasiado tiempo.

2. Inversión directa en acciones
 de empresas cotizadas, seleccionando aquellas que –ya sea porque se encuentran exageradamente baratas respecto a su valor actual o porque disponen de alguna ventaja sostenible que se traducirá en valores futuros muy superiores– nos permitan batir a los índices. Esta opción, que se encuentra en el extremo opuesto a la gestión pasiva, requiere una dedicación muy superior de tiempo y esfuerzo a cambio de unos resultados que, aunque eventualmente podrían ser mejores que los de la gestión pasiva, no están ni mucho menos garantizados

3. Fondos de inversión de gestión activa
. La mayor parte de los inversores carecen de las ganas, el tiempo y/o los conocimientos necesarios para invertir directamente en acciones y, además, tener éxito de forma sostenible a largo plazo. Una opción intermedia, es invertir algo de tiempo en buscar gestores que hagan ese trabajo por nosotros y, si nos sentimos cómodos con ellos y sus estrategias, invertir periódicamente nuestros ahorros a largo plazo en los fondos que gestionan activamente. En general, este tipo de fondos tienen unas comisiones de gestión bastante más abultadas que las de los fondos de gestión pasiva. Además, por esta y otras causas, la mayor parte de los fondos de gestión activa lo acaban haciendo peor que sus índices de referencia. Por ello, sólo tiene sentido invertir en fondos de gestión activa si estamos razonablemente convencidos de que lo harán mejor que los fondos índice. Si no lo estamos, mejor quedarnos en la gestión pasiva.

Es importante señalar, además, que la inversión en fondos tiene en España una ventaja nada despreciable frente a la inversión directa en acciones: permiten diferir el pago de impuestos. Si vendemos acciones en las que hemos invertido de forma directa y hemos obtenido beneficios, Hacienda nos reclamará ese mismo ejercicio una parte de esos beneficios. Esa parte no la podremos, por lo tanto, reinvertir. Si eso mismo lo hace un fondo, vendiendo algunas de sus acciones para comprar otras, no tendrá que pagar esos impuestos, por lo que podrá seguir invirtiendo la cantidad total obtenida por la venta de esas acciones. Si se trata de un fondo traspasable, no tendremos ni si quiera que pasar por la caja de Hacienda si traspasamos directamente nuestra inversión de uno a otro fondo. Sólo tendremos que pagar los impuestos cuando realicemos un reembolso.

Conclusión

En resumen, si somos capaces de ahorrar de forma periódica una cierta cantidad que no vamos a necesitar en los próximos 5-10 años, lo que probablemente nos reporte mejores resultados a largo plazo sea la inversión a buen precio en un cierto número de buenas empresas capaces de generar, de forma sostenida, más valor para sus accionistas que sus competidoras. Si no disponemos de tiempo, ganas y conocimientos suficientes para ir encontrando este tipo de empresas, quizás podamos dedicar algo de tiempo a la búsqueda de uno o varios equipos gestores –en cuyas estrategias confiemos– que lo hagan por nosotros a través, por ejemplo, de fondos de inversión. Si no los encontramos, o no queremos dedicar tiempo a buscarlos, invertir de forma pasiva en una cartera de fondos índice, representativos del conjunto global de empresas cotizadas, tenderá a proporcionarnos un rendimiento razonable a largo plazo. Además, lo hará con unas comisiones significativamente menores.

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