Todos somos libres para tomar decisiones en la vida, pero hay algo que merece la pena aprender desde pequeños: “lo duro no es tomar una decisión… es pensar los resultados de lo decidido”. Esta frase se puede aplicar en muchos ámbitos de la vida. Desde niños nuestra existencia va a estar marcada por esa duda, por esa indecisión… ¿Qué hago?, ¿Por qué opción me decido? No sé qué hacer… Después, a medida que te vas haciendo mayor, esa decisión va a ser un poco más difícil de tomar, y por tanto, más determinante en tu vida.
En esta ocasión, y con esta pequeña reflexión, me gustaría hacerte razonar sobre el ahorro y la inversión. Tú ya sabes que ahorrar es guardar parte del dinero que te dan: esas pagas que recibes a la semana de tus padres, el dinero como regalo de cumpleaños, el ratoncito Pérez… Pues bien, ese dinero tiene mucho valor, valor que muchas veces desconocemos, o no queremos reconocer. Suele suceder que cuando recibimos esas moneditas, parece que nos “queman” en las manos, no sabemos qué hacer con ellas, y decidimos gastarlas. Empezamos a pensar… ¿qué me voy a comprar? Me da igual que sea algo útil o no, qué más da, la cuestión es gastar y gastar. Pues bien, te voy a contar mi experiencia personal.
Desde niña, a mí me ha gustado mucho ahorrar y planificar, y no es que tuviera grandes pagas, no, pero era como una hormiguita, y pensaba que “un poquito y otro poquito, hacen un muchito”, vaya, hoy he salido refranera… pero sí, ¡es verdad! Tienes que empezar a valorar y a darte cuenta de la cantidad de cosas que tenemos y no son necesarias. De todo lo que nos sobra, de que gastamos el dinero por gastar y sin ninguna necesidad. El ahorrar, al final, tiene sus recompensas, ya que, si te propones una meta, la puedes alcanzar. En mi caso, me fui haciendo mayor, y cuando me casé, me di cuenta del acierto de esa mentalidad.
Nunca trabajé antes de casarme con contrato de trabajo “oficial”- bueno, sacaba mis “perritas” con mis clases particulares y poco más-, pero conseguí ahorrar, y mucho más que mi novio, con quien me iba a casar. Él llevaba trabajando más de dos años en una multinacional, y cuando nos sentamos a hacer cuentas y a planificar… ¡no lo podía imaginar!, apenas contábamos con mis ahorros y poco más. Sin embargo, y a pesar de todo, pudimos dar una entrada para un piso. ¡Nuestra primera inversión!, que sumaba el esfuerzo económico que hice desde años atrás, junto con la “manzana” o “espiga” -dinero- como dicen en mi tierra, que en las bodas te suelen dar tus familiares y amigos.
Otro punto para recapacitar es de qué manera vas a ahorrar. Lo más habitual cuando eres niño, es juntar las monedas que te sobran en una hucha o un lugar escondido, pero cuando vas creciendo, la autonomía crece contigo y la tentación de sacarlo es mayor. Te surgirán dudas de cómo invertirlo para que te produzca un poquito, pero no, no es fácil de gestionar. Al cumplir la mayoría de edad abrí una cuenta en la Caja de Ahorros de mi ciudad, y el dinero en vez de aumentar, se redujo casi a la mitad. ¡Difícil de creer! ¿verdad? Las comisiones -dinero que te cobra el banco por gestionar tu dinero- que me aplicaron hicieron mermar considerablemente el dinero acumulado. Ahora, y visto con perspectiva, quizá no era tanto, pero en aquella época me parecía un gran capital, ya que supuso mucho esfuerzo juntar esa cantidad.
¿Quieres un consejo? Lee la letra pequeña, o analiza quién te puede asesorar, tus padres o alguna amistad con conocimientos financieros y en quien puedas confiar. Lo ideal sería una inversión con visión a largo plazo.
Para finalizar, con esto que te he contado, me gustaría que te pararas a reflexionar sobre lo beneficioso que es ahorrar. No importa la cantidad, lo interesante es empezar cuanto antes, ya que, aunque sea muy poquito, cuando te quieras enterar, tendrás ahorros suficientes para poderlos invertir en algo productivo -dependiendo de las necesidades que tengas en ese momento-, y sin que te haya supuesto un gran esfuerzo.