Política y coyuntura económica
Básico

Biden, unicornios de colores y el Imagine de Lennon

Cada cuatro años se repiten los mismos rituales, se vuelven a escuchar los nombres de los mismos estados, y se viven larguísimas noches electorales hasta conocer el ganador.

A lo largo de las últimas semanas e incluso meses, si ha habido un tema de conversación política activo a la par que inabarcable en su plenitud, han sido las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Cada cuatro años se repiten los mismos rituales, se vuelven a escuchar los nombres de los mismos estados, y se viven larguísimas noches electorales -algunas veces con duración de días o semanas- hasta conocer el ganador. Esta vez los ciudadanos norteamericanos optaron por expulsar a Donald Trump de la Casa Blanca y dar la bienvenida a Joseph R. Biden al despacho oval. Nunca he sido una persona que trate de esconder sus opiniones políticas, aunque sí trato de mostrarlas con la menor efusividad y exaltación posibles, por respeto al análisis y a la maximización de la objetividad dentro de lo posible. La asepsia ideológica no existe, no se engañen. En cambio, el activismo y la política de masas me repelen.

Aquellos que leen mis artículos y/o me siguen en redes sociales saben de sobra que mi take para estas elecciones era Joe Biden, y así lo vengo defendiendo desde que fue elegido candidato del Partido Demócrata. Esto no significa que yo crea que Biden fuera un candidato óptimo, ni que su programa sea la panacea y que a partir de 2021 las calles, avenidas y distritos americanos vayan a llenarse de unicornios de colores, nubes de algodón de azúcar y millones de americanos abrazándose como si de una amnistía de guerra se tratase. Dejemos la idealización y la romantización de la política para aquel que desee tragársela, aunque ello suponga desobedecer a Tullock y Buchanan, que ya nos avisaron del grave error intelectual e ingenuidad que supone romantizar la política. En este artículo pretendo, en primer lugar, señalar aquellos puntos en los que creo que Biden será positivo, en términos relativos, para Europa y las relaciones internacionales en general. Tras ello, procederé a describir brevemente múltiples propuestas que el candidato demócrata incluye en su programa electoral y señalaré las sombras de la mayoría de estas, al menos, en el plano económico. Vamos a ello.

America First. Llevamos oyendo cuatro años la misma frase. Una llamada al aislacionismo, el proteccionismo y el culto al Estado-nación. Trump ha demostrado ser un unilateralista y aislacionista, mucho antes jacksoniano que jeffersoniano. Esta última semana hemos oído las protestas y llantos de todas las fuerzas nacionalistas, populistas de la alt-right y antiglobalización, por el revés democrático que se ha llevado su líder mundial, Donald Trump. A aquellos que creemos en el proyecto de la Unión Europea -aun con el deseo de reformar muchas de sus instituciones y procesos políticos-, debe alegrarnos la derrota de Donald Trump, aunque solo sea desde un punto de vista egoísta o eurocéntrico, si así lo prefieren. Trump, durante su mandato, mostró una amplísima desconfianza hacia sus aliados en la OTAN, mostró un apoyo incondicional a las fuerzas pro-Brexit (por cierto, Nigel Farage acaba de perder 10.000 libras que apostó a que Trump saldría reelegido), y aireó públicamente su desprecio por los acuerdos internacionales, incluyendo aquellos relacionados con una mayor apertura comercial. Nada más llegar a la Casa Blanca, Trump sacó a EE.UU. del TPP y redujo a cenizas el TTIP, así como renegoció el NAFTA para convertirlo en el USMCA, un acuerdo mucho más proteccionista en el cual se establecen cláusulas que habrían hecho la boca agua a Hoover o Roosevelt, yendo incluso más allá de la primitiva idea hamiltoniana de proteccionismo industrial americano. Trump durante todos estos años ha mostrado un enorme desprecio a la UE, a sus países miembros y a las relaciones entre ambas potencias. Biden no supondrá un elixir mágico a todo ello, debido principalmente a que el deterioro de las relaciones EE.UU.-UE no comenzó con Trump, ya que procede del giro pro-asiático de la Administración Obama, cuando el hawaiano abandonó el libre comercio y dio mayor importancia estratégica a las relaciones de EE.UU. con China que con la UE (cabe recordar que Obama fue uno de los mandatarios más proteccionistas de la historia de EE.UU. en términos de variación relativa del peso arancelario sobre el comercio global anual del país). La diferencia con Obama es que Trump supo azuzar a todos aquellos “perdedores de la globalización” (por lo menos en términos de percepción), sobre los que tanto tiempo llevaban avisando Dani Rodrik o David Autor. Trump representa la ruptura verbal y teatralizada con el Consenso de Washington, aunque en la realidad esta ya se hubiera producido mucho antes. No perdamos el norte. Biden no supondrá la revitalización inmediata del multilateralismo. Biden simplemente será un bálsamo para Europa en términos de re-escenificación de las relaciones y supondrá, probablemente, una vuelta a una visión de las relaciones internacionales cercana a las teorías del realismo liberal. Europa no puede ni debe depender de los vaivenes políticos de EE.UU. La Unión Europea debe esforzarse en construir su propia fuerza y relevancia estratégica en el plano internacional y colaborar con los demás actores en la recuperación del multilateralismo comercial y político que tanto desarrollo ha consolidado en nuestro mundo.

Por otro lado, analicemos la política económica de Biden específica para EEUU, donde se encuentran la mayor parte de las sombras del programa electoral del candidato Demócrata (también es la parte más detallada y extensa del programa).  Uno de los ejes principales del plan económico de Biden se centra en la recuperación de los magníficos niveles de empleo previos a la pandemia (en esto, Trump deserves credit). El problema con el plan de Biden es que es profundamente proteccionista y ahonda en una visión idónea de la pseudo autarquía económica a través del plan Buy American, con el cual pretende destinar 400.000 millones de dinero público para incentivar la demanda de bienes y servicios de producción exclusivamente norteamericana, destinando otros 300.000 millones al desarrollo de la industria nacional con el objetivo de crear cerca de 5 millones de puestos de trabajo. Una especie de nuevo New Deal que ahondaría aún más en el proteccionismo norteamericano, esta vez, desde la política fiscal y presupuestaria. Por otro lado, el exsenador de Delaware pretende duplicar el salario mínimo federal hasta los 15 dólares la hora, cuando se lleva años demostrando que los efectos de las variaciones del salario mínimo son extremadamente heterogéneos por estado, por lo que un alza semejante del salario mínimo a nivel federal podría afectar muy negativamente al mercado de trabajo en un número no despreciable de estados.

En términos de política sanitaria, Biden pretende aumentar el gasto público en el sistema sanitario y ampliar las partidas de gasto en subvenciones propias del Obamacare. Asimismo, pretende copar en un 8,5% de los ingresos anuales de cada ciudadano el pago máximo por cobertura médica. En esta línea, Biden introduciría un sistema nacional de salud de modelo opt-in, en caso de que el ciudadano prefiriese optar por un seguro de salud público en lugar del privado, financiado en muchos casos por la empresa. La idea central de Biden es que el sistema de cobertura de salud público se estructure a nivel nacional, pudiendo así acceder a él los ciudadanos de aquellos estados que optaron por no mantener o ampliar las competencias y capacidades de Medicaid durante la pasada legislatura. Según estimaciones del Committee for a Responsible Federal Budget, dicha política aumentaría el déficit público entre 850.000 millones y 1,35 billones.

Entre otras de sus principales partidas de gasto se encuentra su Clean Energy Revolution, el Affordable Housing Fund y los planes de inversión masiva en infraestructura. En su plan de energía limpia, se propone una inversión de 2 billones, mientras el plan de vivienda contempla un gasto federal adicional de 640.000 millones a lo largo de 10 años (esto sí, perfectamente asumible), mientras el plan de inversión masiva en infraestructura se cifraría en 2 billones a lo largo de un periodo de tiempo no definido con exactitud.

El déficit público que registrará EE.UU. para el ejercicio de 2020 rondará el 15,2% del PIB según el consenso de las casas de análisis, lo que muestra la necesidad de un ajuste fiscal a medio-largo plazo, bien por el lado de los ingresos, bien por el de los gastos. Cabe recordar que la Administración Trump antes del Covid estaba registrando niveles de déficit público superiores al 5,5% del PIB, y que el mismo Donald Trump, que prometió no solo reducir, sino eliminar la deuda pública, ha sido el artífice del aumento de la misma desde los 19,9 billones a los 26,4 billones, es decir, hasta el 135,6% del PIB, todo ello antes de la irrupción del Covid. Las estimaciones que se manejan es que Biden lograría aumentar la recaudación fiscal en 3,3 billones a lo largo de diez años, lo que incluso unido a las esperadas dinámicas de crecimiento simplemente serviría para mantener el déficit público en los elevadísimos niveles previos al Covid. Lo peor de todo serían los medios empleados para aumentar dicha recaudación. Biden pretende aumentar el Impuesto de Sociedades al 28%, revertir todas y cada una de las rebajas de impuestos de Trump, y elevar al 39,6% el tipo aplicable de impuesto sobre la renta a ganancias del capital e ingresos provenientes de dividendos por encima del millón de dólares. Juzguen ustedes mismos.

Por lo tanto, podemos observar que, aunque en el plano puramente político Biden pueda suponer un bálsamo para Europa y un mecanismo de respiración asistida para el multilateralismo global, que actualmente se encuentra en coma, Biden tienen asimismo muchísimas sombras programáticas. Por lo tanto, no seamos ingenuos, Biden no hará que los unicornios de colores pasten en Central Park ni que suene el Imagine de Lennon en cada avenida norteamericana. La deificación del mal menor es mera ingenuidad.

 

 

Foto de Alex Azabache en Pexels

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