Ahorrar no es sexy y mucho menos cuando se trata de reducir gastos. ¿A quién le gusta tener que renunciar a parte de su ocio o reducir su calidad de vida?
Buena parte de esta concepción se debe a que no ahorramos de la forma más eficiente ni en las áreas adecuadas. Si preguntas a una persona en qué debería ahorrar, es fácil que hable de cosas como salir a cenar, pedir comida a domicilio, tomar algo con los amigos, el café de media mañana…
Y seguro que hay mucho margen de ahorro en esos gastos, pero todos tienen el mismo hándicap: están relacionados con el ocio y es muy complicado ahorrar de forma sistemática sin sentir que estás renunciando a algo. En otras palabras, esos gastos sí suponen una merma importante en nuestra calidad de vida (o por lo menos en nuestra percepción sobre ella).
Por el contrario, hay otras áreas donde ahorrar no supone un esfuerzo. Se refieren a gastos fijos que todos tenemos y que realmente no aportan valor añadido a nuestra vida o, de nuevo, no lo percibimos así. Un ejemplo sería el gasto en telecomunicaciones o en electricidad.
Y lo mismo ocurre con las acciones que puedes llevar a cabo para ajustar esos gastos. Puedes hacer muchas cosas, pero sólo unas pocas son realmente efectivas y sostenibles a largo plazo. Lo normal es que con una o dos acciones consigas la mayor parte del ahorro, mientras que el resto te servirán para ser un verdadero gurú.
Las últimas son acciones menos importantes y con el que el ahorro puede ser hasta residual. Si te suena el principio de Pareto sabrás de lo que hablo.
Por desgracia, las últimas también son las acciones en las que tendemos a poner el foco por ser más accesibles (ahí tiene mucho que ver el sesgo de disponibilidad).
Hay 4 elementos que definen las acciones más efectivas para ahorrar, en las que deberías centrar tu atención:
- Ponerlas en práctica conlleva un esfuerzo inicial, pero no de mantenimiento.
- El ahorro que consigues se mantiene en el tiempo, sin necesidad de hacer nada más ni de tu fuerza de voluntad.
- Son fáciles de implementar.
- Idealmente se refieren a los gastos fijos que menos te importan al valorar tu calidad de vida.
El ejemplo clásico es la factura de la luz, de la que ya te hablé en este vídeo. Este es un gasto fijo que no aporta valor positivo a nuestra vida. De hecho, lo que ha ocurrido con el aumento del precio de la electricidad es lo contrario, el impacto ha sido negativo por tener que pensar en cuándo poner la lavadora, cocinar o planchar…
¿Y sabes peor de todo? Que ninguno de esos esfuerzos tiene un impacto tan alto en tu factura como el que piensas. Las dos cosas que más te ayudarán a ahorrar en la factura de la luz son:
Acertar con la potencia que debes contratar (lo normal es que tengas más potencia de la que necesitas).
Acertar con tu tarifa, lo que se reduce a elegir entre discriminación horaria (mercado regulado) o una tarifa plana (mercado libre). Con los últimos cambios ahorrarás más tiempo y dinero con la tarifa plana, salvo que sí seas capaz de enfocar todo tu consumo en las horas más bajas y seamos sinceros, pocas personas son capaces de planchar a las 12:00 de la noche, no tocar el horno o poner la lavadora solo el fin de semana.
Por último, recuerda que ahorrar no se limita a reducir tus gastos. Ajustar el presupuesto está bien, pero el ahorro es algo más. Aquí también hay dos acciones clave que puedes llevar a cabo.
- Preahorrar o ahorrar a principio de mes.
- Automatizar tu ahorro (e inversión). En esta charla de Value School te explico cómo construir un sistema para hacerlo.
Foto de maitree rimthong en Pexels