Psicología de la inversión
Básico

Yo soy irracional (y usted también)

Si tuviéramos que elegir una palabra que se pudiera aplicar para definir a cualquier inversor, desde el novato que tiene sus primeros escarceos con las acciones hasta el más sofisticado de los gestores de carteras, aquellos que nos movemos en el campo de las finanzas del comportamiento (más conocidas como behavioral finance) podríamos coincidir fácilmente escogiendo la palabra “irracional”. En este punto muchos de los lectores podrían estar pensando que dicho término no les es aplicable, que bien por su formación, por su dilatada experiencia, o simplemente por el proceso de toma de decisiones que siguen a la hora de invertir, todas sus elecciones se han realizado de forma totalmente racional. Sin embargo, como han demostrado en primer lugar la psicología cognitiva y, posteriormente (y bebiendo de la primera), tanto behavioral como experimental finance, como humanos que somos todos sufrimos sesgos que afectan a nuestras decisiones, y las de inversión no son una excepción.

Y es que, si analizamos detenidamente lo que ocurre a nuestro alrededor en los mercados financieros (como han hecho no pocos autores), es inevitable observar que muchas veces la realidad no coincide con la teoría financiera; que los conceptos, a pesar de ser formalmente correctos, no casan con el comportamiento real de los inversores; que la racionalidad plena y los mercados completamente eficientes solamente existen en el papel. En definitiva, que parece que nos falte una pieza en el puzzle para que todo encaje. Y eso que nos falta tiene mucho que ver con la psicología, con las emociones y el sentimiento de los inversores, porque todos tomamos decisiones dependiendo de nuestro carácter, de si tenemos un buen o un mal día o de la forma en la que se nos presenta la información, entre otra multitud de factores.

En behavioral finance se contempla a los inversores en un contexto de racionalidad limitada. Esta rama de las finanzas, al contrario que las finanzas tradicionales, en lugar de considerar que los inversores son totalmente racionales y los sesgos psicológicos son irrelevantes, se ha centrado en ver cómo las características de los individuos y la manera en la que procesan la información tienen influencia sobre los mercados financieros.

De todos los sesgos recopilados, la literatura señala como sesgo emocional más extendido, y a su vez uno de los que mayores repercusiones tiene sobre la rentabilidad obtenida, el exceso de confianza. En general sobrevaloramos nuestra capacidad y ello nos lleva a otra serie de efectos vinculados: podemos extrapolar situaciones o hacer predicciones en base a muestras demasiado pequeñas, poco representativas y demasiado basadas en el pasado más reciente; podemos confundir fácilmente un mercado alcista con la brillantez de nuestra capacidad estratégica; podemos seleccionar y valorar sólo la información que confirma nuestras creencias previas; podemos recordar selectivamente solo nuestras visiones correctas del pasado, y tendemos a pensar que, a nuestro parecer, los acontecimientos que ya han ocurrido eran claramente predecibles. Estas situaciones asociadas a la sobreconfianza suelen conducir a una infravaloración del riesgo y, de manera agregada, a la creación de burbujas especulativas.

Por otro lado, no reaccionamos igual ante pérdidas y ganancias de la misma magnitud, sino que nos duelen más las pérdidas de lo que nos alegran las ganancias. Sobrerreaccionamos más ante las circunstancias negativas. Tampoco nos gusta arrepentirnos de haber hecho algo, o de haberlo dejado de hacer renunciando a posibles buenas oportunidades. Nuestra aversión a las posibles pérdidas y al arrepentimiento pueden tener un efecto paralizador en la toma de decisiones. Y eso es incompatible con la extrema rapidez con la que llega la información a todos los mercados y a todos los inversores. Hoy en día es complicado y costoso procesar toda la información, las noticias, y las interpretaciones que de ellas hacen analistas y medios de comunicación especializados llegan continuamente y nuestra capacidad y tiempo son limitados.

Por eso, consciente o inconscientemente en ocasiones tomamos atajos a la hora de tomar las decisiones de inversión, porque nos ahorran tiempo y esfuerzo y puede que anteriormente nos hayan demostrado ser útiles. Nos dejamos llevar por los sesgos emocionales, por los sesgos cognitivos o, incluso, por el consenso del mercado, porque tomar decisiones individuales y racionales por cuenta propia es excesivamente costoso o directamente imposible, al no tener la capacidad necesaria para procesar correctamente toda la información existente.

En conclusión, la influencia de los sesgos cognitivos y emocionales nos lleva inevitablemente a una incorrecta valoración del riesgo y de las oportunidades y, por tanto, a unas elecciones diferentes a las que habríamos tomado en un entorno de perfecta racionalidad. Es más, se ha observado que, aunque algunos de estos sesgos se ven mitigados según se incrementa el nivel de sofisticación de los inversores, en ningún caso llegan a eliminarse completamente y existen otros que directamente no se ven afectados por la mayor formación o experiencia del inversor. Y aquí radica la aportación de behavioral finance. Solamente siendo conscientes de estos comportamientos, podemos hacer algo para evitarlos. Solo si conocemos nuestras debilidades como inversores o gestores podemos evaluar nuestras decisiones de inversión y tratar de “limpiarlas” de la influencia de los sesgos cognitivos que padecemos. Como asesores, ser conscientes de que nuestros clientes también los sufren, igualmente puede ayudarnos a aconsejarles mejor en sus decisiones. Según algunas estimaciones (ver, por ejemplo, https://thecalminvestor.com/intelligent-investor-mr-market/), la rentabilidad de las inversiones depende más de la capacidad para ser consciente de los sesgos de comportamiento y corregirlos, que de la propia habilidad para seleccionar los activos en los que se invierte.

La importancia y actualidad de behavioral finance se vio reconocida con la entrega en 2017 del Nobel de Economía al profesor Richard Thaler, por sus estudios de la psicología del mercado. Al ser preguntado por como gastaría el dinero del premio, Thaler respondió “de la forma más irracional posible”.

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