Para mí, uno de los pensadores más interesantes de la Escuela Austriaca siempre ha sido Friedrich Hayek. No se debe simplemente a que su obra sea clarividente y a que las bases filosóficas sobre las que se asienta tengan una sólida tradición histórica, sino que, además, muchas de sus ideas son enormemente pragmáticas y, por lo tanto, aplicables bajo el modelo de organización político-institucional actual. Por ello es una pena que muchos analistas se hayan empeñado en tachar constantemente a Hayek de «neoliberal» en lugar de analizar más en profundidad el trasfondo histórico del liberalismo clásico y cómo las ideas de Hayek derivan de este, en especial su visión sobre el rol del Estado en la economía y del Estado del Bienestar. Muchos se sorprenderían si les digo que Hayek tiene muchos más puntos en común con algunos ordoliberales alemanes que con autores puramente austriacos como Rothbard.
Uno de los grandes debates del siglo XX, especialmente tras la Gran Depresión fue el relacionado con el rol de estabilización económica que debía jugar el Estado. Al respecto, uno de los principales choques intelectuales fue el de Hayek y Keynes. Hayek había defendido siempre que el Estado debía asegurar los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos y garantizar la seguridad y defensa; redundando todo ello en una mayor seguridad jurídica, pero no intervenir directamente en la economía a través de instrumentos como el salario mínimo o la política industrial. Además, fue uno de los mayores oponentes a las políticas económicas contracíclicas promovidas por Keynes, haciendo especial inciso en el New Deal aprobado por Roosevelt.
La base sobre la que Hayek construía su argumento era el rol de transmisión de información del sistema de precios libres, siendo este el que asegura una asignación eficiente de recursos en el mercado, señalando los excesos de oferta y demanda y conduciendo a un equilibrio dinámico, al incentivar las acciones de los agentes económicos en una u otra dirección. Cabe resaltar aquí que cuando Hayek habla de «precios» no se limita a aquellos de los bienes y servicios, sino también a los salarios, los tipos de interés o los tipos de cambio, lo cual le lleva a rechazar cualquier tipo de intervención económica que pudiera afectarles.
Desde entonces, el legado del pensamiento hayekiano ha evolucionado y algunas de sus ideas se han transformado moderadamente, lo que ha llevado a que el debate entre keynesianos y hayekianos se mantenga vivo en algunas ramas de la profesión económica, sobre todo en lo referente a la idoneidad o no de políticas contracíclicas en determinados momentos de nuestra historia o sobre los efectos del control de precios o intervención sobre los mismos en determinados mercados.
Por otro lado, cabe mencionar que, aunque Keynes y Hayek divergieran notablemente en sus visiones sobre el rol del Estado en la economía, políticamente se encontraban en situaciones mucho más cercanas de lo que algunos autores han descrito en trabajos sobre la relación entre ambos. Tal y como describe Whapsott (2011), tanto Keynes como Hayek rechazaban explícitamente el término «conservador» para describir sus posiciones políticas y se oponían frontalmente a la planificación centralizada de la economía, rechazando el socialismo soviético y sus prebendas. De hecho, aunque Keynes fue el promotor de las políticas fiscales contracíclicas, hay escritos, como es una carta de Keynes a Colin Clark en los que el economista británico afirma que el equivalente a la presión fiscal no debería superar el 25 % del PIB, lo cual sería un nivel notablemente bajo si lo comparamos con los estándares actuales. Por lo tanto, aunque Hayek fuera mucho más reacio a la intervención del Estado en la economía, la realidad es que políticamente no se encontraban tan alejados.
Aun así, la visión de Hayek sobre el rol del Estado en la economía siempre giró en torno a su creencia en los mecanismos del mercado y en su escepticismo y desconfianza hacia el poder político y estatal. De hecho, grandes partes del pensamiento hayekiano han sido desarrolladas a través de modelos teóricos años después por la escuela de Public Choice. Un ejemplo de ello es la creencia de Hayek de que el Estado y los políticos emplearían su poder económico para la promoción de sus propios objetivos políticos y personales en lugar de en pro de la maximización del bienestar de la ciudadanía. Este pensamiento fue más tarde respaldado teórica y empíricamente por académicos de la escuela de Public Choice, como es el caso de James Buchanan o Gordon Tullock.
Respecto a las políticas de estabilización económica (políticas contracíclicas), Hayek pensaba que estas en el largo plazo conducirían inevitablemente a un creciente rol y peso del Estado en la economía y la sociedad. Los gobiernos, por lo tanto, incrementarían el gasto público en épocas de recesión económica pero no lo reducirían hasta el punto previo en la etapa de bonanza del ciclo económico, generando un incremento escalonado del peso del Estado en la economía y una expansión paulatina de su rol. Además, señala Hayek, debido a las dinámicas políticas, en este escenario los gobiernos serían mucho más proclives a endeudarse en lugar de aumentar los impuestos, ya que el endeudamiento garantizaría el aplazamiento en el tiempo del coste económico y político de un mayor gasto público.
Por otra parte, respecto al rol del Estado en la economía, conviene analizar el pensamiento de Hayek en lo referente al establecimiento del Estado del Bienestar en multitud de países europeos a lo largo del siglo XX.
Hayek criticó vehementemente el crecimiento del Estado en el siglo XX, a través tanto de una mayor planificación económica como de unos mayores impuestos, endeudamiento y gasto público. Hayek pensaba que el crecimiento excesivo del Estado del Bienestar transformaría los estados en «estados niñera», contribuyendo a reducir la iniciativa privada, el esfuerzo, la innovación, y la predisposición de los individuos al riesgo. Esto a su vez afectaría de manera directamente negativa al crecimiento económico y al desarrollo. Por lo tanto, Hayek concluyó que el crecimiento de los estados del bienestar, sobre todo en Europa en los primeros tres cuartos del siglo XX, fue excesivo y que esto tendría graves consecuencias sobre el futuro económico y político de muchas naciones europeas.
Aun así, Hayek no era frontalmente contrario a algunas partidas del Estado del Bienestar, siendo aceptables aquellas a través de las cuales el Estado jugara un rol «compasivo», por ejemplo, aquellas destinadas a dependencia, e incluso favoreció ciertas políticas que perseguían internalizar algunas externalidades negativas.
En conclusión, tal y como hemos visto, en multitud de ocasiones el pensamiento hayekiano en lo referente al rol del Estado en la economía ha sido malinterpretado por análisis de brocha gorda más centrados en criticar a la persona más que su obra. Hayek no era ningún radical ni tampoco abogaba por la eliminación del Estado, sino por un control exhaustivo de sus funciones en defensa de la Libertad individual.
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