Escuela austríaca
Básico

El momento actual en los mercados

El momento actual en los mercados financieros y económicos es especialmente singular y bien merece un análisis con cierto sesgo austríaco para intentar sacar algunas conclusiones provechosas.

El momento actual en los mercados financieros y económicos es especialmente singular y bien merece un análisis con cierto sesgo austríaco para intentar sacar algunas conclusiones provechosas. Veamos de dónde partimos.

 

Por un lado, los confinamientos y las medidas dispuestas para frenar el coronavirus han interrumpido y trastornado nuestros hábitos de consumo y la capacidad de las empresas para producir y servir. Esto ha acelerado un proceso que ya era tendencia desde hace tiempo: la digitalización de la estructura productiva y de la demanda del consumidor.

 

Por otro lado, otra serie de medidas enfocadas a apuntalar la liquidez del sistema financiero y de los agentes económicos han cambiado de forma extrema los balances de los bancos centrales y el endeudamiento de los estados. Es vox populi que estas compras de activos y de deuda por parte de los bancos centrales también son la continuación de un proceso que comenzó hace más de diez años y que simplemente ha sido puesto en marcha a una escala superior.

 

Es decir, crisis sanitaria mediante, ha cambiado todo para que no cambie nada, para que las cosas, al parecer, sigan su curso sin rémoras. Bajo esta narrativa se explica que, por ejemplo, la bolsa esté en máximos después de un año de dificultades, de destrucción de riqueza, de gran endeudamiento y de gran incertidumbre.

 

Uno acaba por preguntarse qué tiene que pasar para que la bolsa reconozca el daño sufrido como sociedad o si los buenos rendimientos, contra todo pronóstico, durarán para siempre. Y es aquí donde los conocimientos y postulados de la Escuela Austríaca de Economía pueden ser una guía. Interpretados de forma correcta (y sin que su autor esté del todo convencido de lo que dice) pueden ayudarnos a entender el momento actual.

 

El ciclo austriaco es, simplificándolo mucho, la descripción de un proceso de excesos y limpia de excesos cuyo origen es la manipulación de los tipos de interés. Si está usted leyendo estas líneas, como lector avezado ya sabrá que un nivel de tipos de interés artificialmente bajo favorece a aquellas inversiones con un horizonte temporal mayor, cuyos flujos se descuentan durante más años. Esto es lo que invita en los inicios de un ciclo económico poco sano a invertir en demasía en proyectos o activos que vayan a prestar servicios durante muchos años. El ejemplo más claro y más presente es la vivienda.

 

Esta alimentación de las inversiones en activos de largo plazo suele generar un exceso de oferta que, antes o después, termina por no encontrar su demanda, desplomando los precios. La situación se agrava cuando hay muchos proyectos en marcha que tampoco encontrarán demanda y quedan aplazados o cancelados, especialmente cuando estos han sido financiados con deuda y ponen a los acreedores en una situación de insolvencia que acaba por afectar a todo el sistema financiero. Hay que tener presente que son precisamente estos activos que generan rentas a muy largo plazo los que, de forma más común, se financian con cierto grado de apalancamiento: ya sean viviendas, infraestructuras, barcos, etc…

 

Pero la clave del proceso, y no creo que se le preste la atención suficiente, es que los tipos de interés están invitando a los empresarios y demás agentes económicos a invertir en aquellos proyectos a más largo plazo porque los tipos bajos los convierten en más rentables artificialmente. Y esto ocurre en detrimento de aquellos otros planes de negocio de menor plazo que serían preferidos en ausencia de manipulación de los tipos de interés y que luchan por los mismos recursos productivos: mano de obra, capital, bienes de equipo, etc.

 

La lucha, por tanto, es entre producción futura y producción presente. El proceso tiene dos mecanismos de autocorrección que son dos caras de la misma moneda: morirá porque se produce más de aquello que no se quiere (como las viviendas) y morirá porque aquello que se necesita hoy no estará presente en la cantidad necesaria, y se convertirá en un cuello de botella que aumentará los costes empresariales hasta un punto insostenible.

 

Uno mira a los mercados financieros de hoy y puede percibir ese proceso. Por ejemplo, puede que dentro de veinte años no necesitemos la cantidad de petróleo que se produce en la actualidad, pero hoy y en los próximos años necesitaremos que esa oferta esté ahí. Puede que Prosegur no sea la empresa estrella de las próximas décadas, pero todavía presta un servicio esencial. Lo mismo sucede con las editoriales, con los vehículos de combustión, con los retailers de electrodomésticos, con todas aquellas inversiones que hoy generan flujo de caja y que, sin embargo, pierden el acceso al capital en favor de planes de negocio a muy largo plazo y que, a pesar de un futuro brillante, cotizan a unas valoraciones que ofrecen un rendimiento bajo sobre la inversión, porque están siendo comparadas con unos tipos de interés tan bajos como nunca antes se han conocido. O, dicho de otra manera: las contradicciones propias de un sistema en el que los tipos de interés no suponen un coste de oportunidad adecuado están hoy presentes en los mercados financieros. Dejando a un lado los plazos, la autocorrección parece inevitable.

 

Por supuesto, esto no dejar de ser una interpretación personal del estado actual de las cosas. Desde un punto de vista praxeológico, simplemente no es posible aseverar las razones por las que los inversores actúan como lo hacen. Es más, estos arguyen justificaciones bastante sensatas: el futuro no será como el pasado; los cambios tecnológicos son cada vez más rápidos, así como la adopción de nuevas tecnologías; las empresas de software tienen mejores márgenes, crecen sin necesidad de emplear capital y generan ventajas competitivas sostenibles, y por tanto merecen múltiplos de valoración más altos.

 

En fin, veremos qué nos depara el futuro…

 

Foto de Two Dreamers en Pexels

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