Una de las preguntas que más me han repetido desde que en 2012 escribí Ten peor coche que tu vecino es precisamente qué coche conduzco. Mi contestación a día de hoy sigue siendo la misma: un Seat Ibiza de 2006.
Para mí tener peor coche que tu vecino significa vivir por debajo de tus posibilidades porque el coche es una de las principales compras de estatus. Normalmente, cuando una persona se compra un coche de lujo no lo hace para poder llegar antes del trabajo a casa y estar más tiempo con su familia, por ejemplo. Lo hace para mostrar a los demás que le va bien en la vida, y lo hace normalmente de forma inconsciente.
Lo mismo ocurre con el teléfono móvil, la ropa e incluso el barrio en el que viven. Todas estas decisiones tienden a reflejar esa posición social y son una de las bases de lo que yo denomino la trampa del gasto creciente. En otras palabras, cuanto más dinero ganas, más dinero gastas también.
Esta trampa es lo que te impide ahorrar, aunque te suban el sueldo, te cambies de trabajo o te asciendan. Primero puede ser un coche nuevo acorde a tu nuevo puesto con su correspondiente crédito; después, serán nuevos trajes, más salidas a cenar a sitios más caros… Antes de que te des cuenta habrás caído en una espiral de gastos nuevos o “mejorados” que se comerán tus nuevos ingresos.
Y lo peor de todo es que muchos de estos gastos ni forman parte de tus prioridades en la vida, ni te ayudan a ser más feliz. En otras palabras, son gastos totalmente prescindibles. Es lo que me ocurre a mí con el coche, que es un medio de transporte para llevarme de un sitio a otro. Tener un coche muy caro no va a hacer que llegue más rápido a mi destino y tampoco que lo haga mejor.
Por el contrario, tener peor que mi vecino me permite:
- Ahorrar más cada mes porque no tengo un nuevo préstamo que pagar cada 4 años por haber cambiado de coche, entre otras cosas.
- Vivir más tranquilo respecto al coche porque no estoy constantemente preocupado si lo aparco en la calle o si lo rayan, por ejemplo.
- Concentrarme en las cosas que realmente me importan, como tener más libertad financiera.
Lo mismo sucede con un teléfono móvil de última generación y muchas otras cosas a las que nos hemos acostumbrado y a las que damos una importancia social que quizás no tengan desde un punto de vista personal, por lo menos para todo el mundo.
Hay dos formas de evitar caer en esta espiral de gasto y de centrarte en lo que realmente es importante para ti.
La primera es “preahorrar” o ahorrar de forma automática un porcentaje de tus ingresos cada mes, y hacerlo nada más recibes ese dinero. Como explico en este artículo, basta con ordenar a tu banco que cada mes haga una transferencia periódica de la cuenta donde cobras el salario a la de ahorro (o a la de inversión, si ya has dado el paso de pasar de ahorrar a invertir).
La segunda es practicar el gasto consciente, algo tan simple como pararte a pensar cuáles son tus prioridades en la vida y apostar por ellas. Por ejemplo, para mí tener un gran coche no es importante porque solo quiero que me lleve de un sitio a otro. Por el contrario, sí que lo es poder darme un capricho como comprar un buen dulce (preferentemente de chocolate) de vez en cuando, y ahí no reparo en gastos.
Con estas dos simples reglas vivo siempre por debajo de mis posibilidades porque ahorro de forma automática con el “preahorro” y me aseguro de que gasto mi dinero en lo que realmente me hace más feliz.
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