Algunos de los personajes de que aquí se escribe, no sólo han desaparecido, sino que ni sus oficios ni sus quehaceres se saben ya. Los mulos se acabaron y las cuadras están desiertas y sin rumores de piensos. No quedan ni bielgas, ni barcina, ni ninguno de aquellos instrumentos de verano que hacían vivas las eras.
El campo es una inmensa caja de secretos. Hay que saber verlos. Espiarlos hasta que nos los entregue. Así, yendo de pronto, el simple color de una piedra junto a la que pasamos mil veces sin repararla, la forma de un árbol, la luz de un camino.
El campo saca incansables bellezas escondidas y acumuladas, las renueva y ofrece sin tasa a los ojos y al alma de quienes quieren gozarlas. Advierte, con su descansado silencio, que sólo volviendo a él encontrarán los hombres lo mejor de ellos mismos. ¡Ay de los que lo olvidaren!
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