La sacralidad de una forma-dinero proviene de la formalización de algún tipo de sacrificio real, que una determinada moneda cita a través de su imagen: es el caso de los bueyes o las espigas en las monedas romanas. A través de tal cita, la forma-dinero opera como el fetiche de una confianza comunitaria preexistente. De este modo, en su propia forma histórica, el dinero reunía espíritu y materia, valor y forma. Es por eso que las agresiones contra una moneda fueron y son consideradas como actos de violencia iconoclasta, del mismo modo que los intercambios monetarios pueden leerse como una profesión de fe. Por ello también una crisis económica será siempre una crisis de espiritualidad.