“Invertir es sencillo, pero no fácil”, dijo Warren Buffett. Esto significa que debería ser sencillo comprender cómo las inversiones son eficaces: compras activos por menos de su valor intrínseco y los vendes cuando cotizan por su valor o por encima de su valor. Sin embargo, la gama de tendencias conductuales que presentamos los seres humanos tienden a impedirnos hacer lo que sabemos que deberíamos hacer.
El optimismo se encuentra arraigado en la psique humana. Y esta tendencia a sobreestimar nuestras capacidades se ve amplificada por la autoatribución y la ilusión de control: pensamos que podemos influir en el resultado de las cosas. Por este motivo, la industria de la inversión parece obsesionada con acumular información y tratar de adivinar el futuro inmediato, arrastrada por un exceso de confianza. Así, con una media de tenencia de las acciones de seis meses, centrarse en el corto plazo es la actitud dominante en la industria, incompatible en última instancia con cualquier visión fundamental y analítica de los negocios objeto de inversión.
Apartarse del rebaño provoca miedo y dolor. Pero ir contra corriente es esencial para realizar inversiones de éxito a largo plazo. No es fácil ir contra corriente. Se requieren tres condiciones: el valor de ser diferentes; ser un pensador crítico; y tener la perseverancia y las agallas para mantenerte fiel a tus principios. Para conseguirlo, es decisivo concentrarnos en el proceso, en el conjunto de reglas que rigen nuestras inversiones, y codificarlo para obligarnos a seguirlo.
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