Escuela austríaca
Básico

​​Tomando un café con Frédéric Bastiat​

En una época de fuerte y creciente intervención estatal, donde la mayoría de la gente cede sus derechos políticos con complacencia y se piensa de forma mayoritaria que necesitamos un estado sobredimensionado para vivir, quizás pocas personas conozcan a Frédéric Bastiat.  

Bastiat fue un agricultor vascofrancés reconvertido en político, economista y escritor. Es conocido como uno de los mayores defensores y difusores del liberalismo clásico y la economía de mercado. Poseía un don inimitable para explicar conceptos económicos y políticos de forma que no sólo resultaran comprensibles, sino que parecieran de puro sentido común.  

Ya en el siglo XIX Bastiat se opuso al proteccionismo y al intervencionismo estatal en la economía, y abogó por la libre empresa, el libre comercio y la propiedad privada como fundamentos de una sociedad libre y próspera.  

Con este artículo me propongo resumir el pensamiento de Bastiat, o al menos presentar sus ideas al lector. He escogido cuidadosamente cinco de sus enseñanzas que creo que se pueden extrapolar a la actualidad. Casi 200 años después, sus ideas están más vigentes que nunca. 

Vamos a tomarnos un café bien azucarado con Frédéric Bastiat. 

Visión del Estado 

Una de las frases más conocidas y polémicas de Bastiat dice así: «El Estado es la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás». 

Mi reflexión es: ¿cuánta de la gente que pide más beneficios y contribuciones por parte del Estado conoce realmente la salud de las arcas públicas? Tampoco nadie cuestiona su sostenibilidad a largo plazo, ni si el propio estado está generando un conflicto intergeneracional con su forma de sustracción y reparto. En otras palabras: nadie se pregunta qué puede hacer por el Estado, sino qué puede hacer el Estado por y para nosotros.  

Cuando gestionamos nuestro presupuesto familiar, tenemos un límite estipulado y una vez que llegamos a él dejamos de gastar. La visión que tenemos del Estado es que es un gran saco de dinero que nunca se agota y donde podemos pedir ad infinitum, porque pensamos que siempre lo acabará pagando otro y nosotros únicamente seremos los beneficiarios. Nada más lejos de la realidad. Si algo nos han enseñado los últimos años, es que esas promesas se acaban pagando con nuevos y más altos impuestos. 

Aquello que se ve y aquello que no se puede ver 

En una sociedad hay infinitas presiones e intereses que buscan «tirar de la cuerda» del Estado en diferentes direcciones. Cada persona o grupo de personas vela únicamente por sus intereses y busca anteponerlos a los de los demás. Esto es algo lógico y natural. 

Un mal economista o gobernante sólo ve las consecuencias directas en el corto plazo de estos intereses, una estrechez de miras o miopía económica muchas veces interesada, otras veces simplemente por desconocimiento. Además, sólo considera el impacto en un grupo particular al cual intenta satisfacer, ya que así es muy probable que capture sus votos.  

Un buen economista, en cambio, considera las consecuencias indirectas en el largo plazo de una decisión y de otros desencadenantes de segundo orden. Además, considera el impacto de esta política en todos los grupos (visión holística). Bastiat explica esta ceguera con mejores palabras: «En el campo de la economía, un acto, un hábito, una institución, una ley, da lugar no sólo a un efecto, sino a una serie de efectos. De estos efectos, sólo el primero es inmediato; se manifiesta simultáneamente con su causa: se ve. Los demás se desarrollan en sucesión, no se ven. Entre un buen y un mal economista, ésta constituye toda la diferencia: uno tiene en cuenta el efecto visible; el otro tiene en cuenta tanto los efectos que se ven como los que es necesario prever».  

El papel del consumidor 

El comprador final es que el que acaba marcando el desarrollo económico de la Humanidad según Bastiat: «Existe un antagonismo fundamental entre el vendedor y el comprador. El primero quiere que los bienes del mercado sean escasos, poco disponibles y caros. El segundo quiere que sean abundantes, abundantes y baratos. Nuestras leyes, que al menos deberían ser neutrales, se ponen del lado del vendedor frente al comprador, del productor frente al consumidor, de los precios altos frente a los bajos, de la escasez frente a la abundancia. Operan, si no intencionadamente, al menos lógicamente, sobre el supuesto de que una nación es rica cuando carece de todo». 

El consumidor es el motor de la economía. Su importancia es superior a la del productor o el vendedor, ya que el comprador determina qué se produce y cuánto se produce, y su satisfacción es fundamental para el bienestar económico general. 

Como consumidor, das un voto de confianza a cada empresa comprando o consumiendo sus productos o servicios. Muchos votos positivos marcan el éxito de una compañía. Muchos votos negativos, la bancarrota. Esas pequeñas decisiones de consumo democrático que cada uno experimenta a diario son las que acaban, en agregado, marcando el rumbo de la economía.  

La falacia de la ventana rota 

Se suele ver a la economía como una gran tarta cuyo tamaño siempre es constante y jamás aumenta, donde para que unos ganen riqueza otros tienen que perderla. Para repartir, antes hay que sustraer. Esa visión incompleta y reduccionista nos impide ver el foco objetivamente y es fuente de conflicto. Sin embargo, la economía de mercado es un juego de suma positiva porque el área del pastel siempre está en expansión. Todas las personas nos podemos beneficiar del crecimiento de la productividad y la riqueza mundial. Bastiat lo ejemplifica contándonos la falacia de la ventana rota. En la historia, un niño rompe una ventana, lo que obliga al dueño a pagar por la reparación. La gente que observa la situación piensa que la reparación de la ventana beneficiará a la economía, porque el vidriero que hace la reparación recibirá dinero y podrá gastarlo, generando trabajo y beneficios adicionales para otros negocios. Sin embargo, lo que no se ve es lo que el dueño del negocio podría haber hecho con el dinero si no tuviera que gastarlo en la reparación de la ventana: quizás podría haber comprado otros bienes y servicios que también habrían generado trabajo y beneficios para la economía. Además, la reparación de la ventana simplemente restaura la propiedad a su estado anterior, por lo que no hay un verdadero aumento en la riqueza o la productividad de la economía. 

La nueva casta política 

Finalmente, quiero cerrar este artículo con una reflexión de Bastiat para aquellos políticos revolucionarios siempre dispuestos a agitar todos los cimientos de la sociedad, que siempre surgen prometiendo el sol y erradicar todos los problemas de la humanidad. Y todo ello sin ningún coste aparente para sus votantes, obviamente. Pregunta Bastiat: «¿No alcanzarás nunca a comprender que esa combinación no es posible que aumente tu bienestar, y que resultaría de ella además un gobierno arbitrario, más vejatorio, más entrometido, más dispendioso y más precario, impuestos más grandes, mayores injusticias, favores más ofensivos, libertad más restringida, fuerzas e intereses perdidos, trabajos y capitales sin emplear, la concupiscencia excitada, el descontento siempre provocado y la energía individual extinguida?». 

Hasta aquí, el café con Bastiat.  

Si quieres ampliar más sobre la obra de Bastiat tienes a tu disposición el título Armonías económicas en la colección de ensayo de Value School. Un libro más que recomendado.  

Además, muchas de las ideas de Bastiat están recogidas y explicadas muy bien en el libro La economía en una lección, de Henry Hazlitt. 

 

Foto de Valeriia Miller

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