Política y coyuntura económica
Medio

​​Una visión austriaca de la guerra comercial​

Uno de los temas más sonados y que más están contribuyendo a mover los mercados estas últimas semanas está siendo la imposición de nuevos aranceles o el incremento del peso de los existentes por parte de Donald Trump sobre algunos de sus principales socios comerciales como México, Canadá o China. Ya hay multitud de economistas que han estudiado a fondo y publicado sobre los posibles efectos macroeconómicos que tendrán dichas medidas y cuantificado las oscilaciones que causarán a la economía global. Desde un punto de vista más cercano al pensamiento económico que a la macroeconomía, en esta columna pretendo analizar cuál sería la visión troncal de la Escuela Austriaca de economía al respecto del marco mental y teórico detrás de los recientes incrementos arancelarios de la administración Trump.  

Como prácticamente la totalidad de los lectores de este blog sabrán, la Escuela Austriaca de Economía se oponía y opone fuertemente, incluso desde diferentes perspectivas, al proteccionismo y al mercantilismo, al ir estos intrínsicamente ligados a una fuerte intervención estatal contraria al libre albedrío de los agentes económicos. 

Sin ir más lejos, ya en una de las principales obras referentes del pensamiento de la Escuela Austriaca como es La acción humana (1949), Ludwig von Mises explicaba el modo en que el libre comercio beneficia a ambas partes de cualquier transacción económica al permitirles especializarse en ofrecer aquellos productos y servicios sobre los que tienen una ventaja productiva y acceder de esta manera a bienes y servicios que de otro modo supondrían un coste inviable o serían directamente inaccesibles. Por lo tanto, según Mises, cualquier barrera al comercio, como es el caso de los aranceles, estaría limitando la eficiencia del mercado y contribuyendo a una reducción del bienestar agregado potencial (entendido aquí únicamente como renta disponible). Sobre esto cabe añadir que los aranceles no perjudican únicamente a los consumidores, sino que también distorsionan gravemente la asignación de recursos, favoreciendo a industrias enormemente ineficientes en detrimento de sectores incipientes y/o más competitivos.  

Por lo tanto, desde la óptica austriaca, la imposición de aranceles sobre grandes exportadores como China son políticas extremadamente perjudiciales en la medida en que interfieren con la soberanía del consumidor, generan notables ineficiencias en el proceso de asignación de recursos y pueden provocar severas represalias internacionales (como puede ser el caso de los movimientos retaliativos que estamos observando por parte de gobiernos como el de China o Canadá). 

En esta misma línea, Hayek siempre argumentaba que los únicos jueces que debían determinar qué industrias prosperan y cuáles fracasan son los consumidores, a través de sus juicios de valor subjetivos y sus consecuentes decisiones de consumo e inversión. Sin embargo, frente a esto el discurso proteccionista de Trump se ha basado siempre en la idea de que reducir importaciones contribuirá a una protección efectiva de los trabajadores manufactureros estadounidenses y un consecuente fortalecimiento de la industria. 

Como pueden imaginar, los economistas austriacos no compartirían en absoluto este enfoque, ya que tratar de proteger a una industria nacional mediante aranceles es equivalente a subsidiarla a expensas de los consumidores nacionales. Además, como ya hemos descrito, dichos aranceles impiden que el capital se reasigne de manera efectiva hacia sectores más productivos, inhibiendo la «destrucción creativa» y ralentizando el crecimiento económico. 

Además, la imposición de barreras comerciales, como ya avisaba Mises en Gobierno Omnipotente (1944), no solo afecta al comercio exterior, sino que también provoca represalias por parte de otros países que adoptan medidas similares, llevando a una espiral de restricciones y proteccionismo, siendo así el nacionalismo económico una ideología que, lejos de fortalecer la economía, lleva incluso a la creación de incentivos para el conflicto entre naciones, reduciendo el potencial de cooperación pacífica. 

Como probablemente observemos a lo largo de los próximos meses, las consecuencias de dicha política no tardarán en manifestarse. Los aranceles no hacen otra cosa que dificultar la importación de bienes, incrementando consecuentemente el coste de producción de muchas empresas estadounidenses que importan bienes intermedios, reduciendo así su competitividad en costes tanto en el mercado interno como global. Multitud de empresas norteamericanas que dependen de insumos importados, como es el caso de la industria manufacturera o farmacéutica, se verán obligadas a pagar precios notablemente más altos por dichos insumos, lo que en muchos casos se traducirá en precios más altos o en una reducción de márgenes. Como es lógico, dicho escenario es perfecto para espantar la nueva inversión, provocando en muchos casos una notoria pérdida de empleos en las industrias más perjudicadas por los aranceles. 

Por otro lado, y como ya pronosticaba Mises en Nación, estado y economía (1919), en el plano internacional los efectos del proteccionismo están efectivamente contribuyendo a un deterioro en las relaciones comerciales de EE.UU. con sus principales socios. China, Canadá y otras economías están respondiendo con aranceles propios a productos estadounidenses, limitando o dificultando en muchos casos el acceso de los consumidores estadounidenses a productos foráneos. Siguiendo de nuevo el argumento de Mises, este tipo de medias no solo afectan a la prosperidad de un país, sino que también generan tensiones políticas que pueden desembocar en conflictos de mayor escala. 

Por lo tanto, como ha sido ampliamente señalado por la Escuela Austriaca, cualquier guerra comercial (en este caso la impulsada por la administración Trump) representa una clara transgresión de los principios fundamentales del libre comercio y la no intervención. 

Las políticas proteccionistas no solo imponen una pesada carga sobre los consumidores y empresas, encareciendo bienes y restringiendo el acceso a insumos esenciales, sino que también generan severas distorsiones económicas que erosionan la eficiencia del mercado. La única vía para corregir estas disrupciones, según la perspectiva austríaca, radica en la eliminación de todas las barreras comerciales, permitiendo que los mercados operen bajo el principio del libre albedrío. Solo mediante la erradicación del proteccionismo y el restablecimiento de un comercio global verdaderamente libre será posible garantizar una economía mundial más integrada y eficiente. 

 

Foto de Pixabay

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