Cuando haces algo, cuando lo mejoras, cuando lo ofreces, cuando aportas una cosa o un servicio nuevo a la vida de un desconocido y consigues que sea más feliz y esté más sano, seguro o mejor, y si además lo haces con cuidado e inteligencia, como debería hacerse todo, estás participando de manera activa en el gran teatro de la humanidad. Más que limitarse a vivir, estás ayudando a otros a vivir más plenamente y, si eso es negocio, entonces Phil Knight, el mítico creador de Nike, es un empresario, el héroe de esta historia.
Pronto, Knight vio con claridad lo que quería que fuera su vida: un juego. ¿Y si hubiera algún modo de sentir lo mismo que los atletas sin necesidad de ser uno de ellos? ¿De jugar todo el tiempo, en lugar de trabajar? O bien de disfrutar tanto del trabajo que éste llegue a convertirse en un juego.
En Nike, luchaban contra la conformidad, el aburrimiento y la monotonía. Más que un producto, trataban de vender un concepto, un espíritu. A la gente le gustaba la apariencia de las zapatillas Nike. Y le gustaba la historia detrás del producto: una empresa de Oregón fundada por unos fanáticos del atletismo. También le gustaba lo que decía de uno mismo llevar un par de Nike. Es más que una marca: es un mensaje. “Todo ha consistido en arriesgarnos con la gente”, concluye Phil Knight, “en creer en los demás”.