Al oír las palabras bolsa, acción e inversor, a muchas personas les puede venir a la cabeza la tan manida imagen de un casino repleto de especuladores, comprando y vendiendo títulos de manera frenética en base a una corazonada, el sentimiento del mercado o la dirección en la que sople el viento en cada momento, provocando grandes escaladas y derrumbes bursátiles, arruinando economías, países y sociedades allí donde todos estos elementos estén presentes.
Nada más lejos de la realidad, por supuesto, ya que la creación de las sociedades por acciones y los títulos emitidos por ellas, revolucionaron para siempre la forma de organizar la producción económica y el reparto de los beneficios que de ella se derivan, al permitir una acumulación de capital sin precedentes, con una amplia diversificación del riesgo y la posibilidad de transferir los derechos económicos y políticos de los propietarios de estas sociedades mercantiles. Todo comenzó con la fundación de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en 1602 (la VOC o Verenigde Oost-Indische Compagnie), típica expresión de la expansión política, económica y cultural de la Europa de la época, que estaba destinada a liderar el mundo en estas materias a lo largo de los siguientes 400 años. La creación de la VOC en forma de sociedad por acciones, con una bolsa de valores (la de Ámsterdam) en la que era posible vender y comprar sus acciones de forma rápida y sencilla, permitió por primera vez la creación a gran escala de un comercio marítimo de productos de lujo (especias, té, telas, etc.), lo que dio a los Países Bajos la posibilidad de tomar por un tiempo la delantera económica en Europa y crear uno de los primeros y más potentes imperios comerciales de la historia de la humanidad. Y eso fue sólo el principio, ya que la creación de las grandes líneas de ferrocarriles en el siglo XIX y de gigantes industriales como la Standard Oil de John D. Rockefeller (Exxon Mobil, Chevron, etc.) o la Ford Motor Company de Henry Ford, sin olvidar las más recientes compañías de la era digital como Apple, Microsoft, Google y Facebook, no habrían sido posibles sin la existencia de la compañía por acciones.
¿Qué es una acción y por qué existe la bolsa? Profundicemos un poco. En términos sencillos, una acción no es más que un contrato mediante el cual un inversor realiza una aportación de capital a una empresa a cambio de recibir parte de la propiedad de ésta, lo cual se traduce en una serie de derechos legales, políticos y económicos, como poder votar en la junta general de accionistas o recibir el pago de una serie de dividendos provenientes de los beneficios generados por la compañía. A su vez, la bolsa no es más que el lugar, físico o virtual, en el que se intercambia libremente la propiedad de estos títulos. Naturalmente, cuanto mayor sea el número de acciones en propiedad, mayor será la proporción de la empresa que le corresponderá al inversor, pudiendo tomar control legal y efectivo de ella si esta participación supera el 50% del total. Para verlo de forma más clara, podemos poner un ejemplo numérico sencillo en el que el capital social de una empresa X sea de 1 millón de euros, con un número total de 100 acciones emitidas a 10.000 euros. En este caso, por cada acción adquirida, obtendríamos el derecho a ejercer el 1% del poder de voto y a recibir el 1% de los beneficios netos generados por la compañía. Si un año cualquiera, esta compañía ganase 200.000 euros, a un accionista que poseyera el 1% del total de las acciones le correspondería un dividendo (antes de impuestos) de 2.000 euros, lo que supondría un retorno sobre la inversión del 20%. Lógicamente, a medida que la compañía fuese creciendo y ganando más dinero, el dividendo aumentaría proporcionalmente (suponiendo un ratio de pago sobre beneficios constante), lo que haría aumentar el valor intrínseco de la compañía y el precio de sus acciones en bolsa (generando ganancias por apreciación de capital). Por supuesto, siempre existe la posibilidad de que la compañía no funcione a largo plazo y tenga que cerrar sus puertas, en cuyo caso el accionista tendría derecho a recibir el sobrante de lo que se obtuviese por la liquidación de sus activos, una vez se hubieran pagado los correspondientes impuestos, sueldos, facturas de proveedores y préstamos concedidos por bancos y tenedores de bonos.
En resumen, las acciones son a priori el instrumento por excelencia para beneficiarnos del potencial de ganancias de las empresas cotizadas en caso de que las cosas vayan razonablemente bien, a cambio de asumir un riesgo relativamente mayor que el de los prestamistas (que tienen garantizado por contrato el pago de intereses y la devolución del principal). En cualquier caso, lo que demuestra el registro histórico de los últimos 200 años es que, en la mayoría de los mercados bursátiles mundiales, las acciones han batido a largo plazo a otros activos como los bonos, el oro, el efectivo o los bienes inmuebles. Por todo ello, si el pasado nos sirve como guía para el futuro, invertir en una cartera diversificada de acciones de buenas compañías adquiridas a precios razonables nos garantizará de forma virtual, o al menos hará aumentar la probabilidad, de que podamos beneficiarnos del crecimiento y de la buena marcha de la economía mundial.
¡Larga vida a las acciones!