La capacidad para acumular información ha provocado en el hombre la ilusión de que la infinita realidad cabe en unos cuantos datos que se pueden ajustar a capricho. Engañado por esa ilusión y empujado por su afán de control y por el sueño de acabar con los desequilibrios y las debilidades humanas desde un despacho, el hombre ha tenido históricamente la tentación de intervenir en los asuntos económicos planificándolos desde el gobierno.
La Escuela austriaca se esforzó en comprender primero la naturaleza del hombre, con el fin de poder comprender después su acción económica. Lo descubrió como una criatura esencialmente dotada de libertad que, en el ejercicio de esa libertad, era capaz de crear un mundo asombroso y complejo de relaciones en incesante transformación y ajuste, con desequilibrios naturales que se compensan espontáneamente.
Con una visión completa del hombre, que asumió la infinita diversidad de lo humano y la naturaleza dispersa e inabarcable de la información que se genera a cada instante, la Escuela austriaca enfrentó la realidad económica como una continua creación viva, como un complejo espacio de acción y reacción incesantes. Y sobre esa visión, edificó una teoría abierta y flexible, sostenida en una fe radical en el hombre, dirigida por encima de todo a evitar obstaculizar nuestro mayor tesoro, la verdadera fuente de riqueza de todas las sociedades: la libertad humana.
Photo by Douglas Sanchez on Unsplash