«Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, enseguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande».
San Lucas 6, 47-49. Citado en Carlo Acutis. El apóstol de los millennials.
Vito Rizzo, Ed. Ciudad Nueva, 2022, pág. 28.
Desde esta primera frase quiero disculparme por usar una cita de las palabras de Cristo para un tema tan pequeño, insípido, superficial en comparación. Espero que los que seáis creyentes me disculpéis y los no creyentes sepáis que Su intención es muy superior en profundidad, en mérito y recompensa que la mía y también me disculpéis por ello.
En mi tercer libro (Value investing. Austria vs Salamanca) usé también alguna que otra cita evangélica para hablar de los valores morales que, aunque sea de refilón, pueden dar apoyo al inversor value. (Ya sabéis, los que me seguís de antes, que uso la palabra en inglés en vez de «inversión en valor» en español porque en nuestra lengua, dentro de la industria de fondos de inversión y académica, tiene unas connotaciones que la alejan del auténtico concepto de la actividad que realizamos, mejor o peor, y que Buffett o Graham no se sentirían muy cómodos en ese encorsetamiento). Hecha esta breve introducción, vayamos al meollo del asunto y hablemos de inversión.
La contabilidad es el idioma en el que las empresas comunican sus progresos, sus problemas, sus avances, sus expectativas de futuro… Y lo hacen mediante el lenguaje contable que, todo lo estricto y regulado que se quiera, intenta mostrar la imagen fiel de la empresa en cuestión a través de las diferentes partidas. Nos dicen lo que han vendido en la cuenta de pérdidas y ganancias, lo que les ha costado producir esos bienes y servicios; nos dicen si han pagado intereses por las deudas y cuánto han pagado a los empleados; si sus maquinarias están muy obsoletas o si están invirtiendo como locos en nuevos negocios y ampliaciones. Nos dicen lo que ganan y lo que han pagado a Hacienda. Nos cuentan los inmuebles que tienen en el activo, lo que esperan cobrar de los clientes, la mercancía que aún está en sus almacenes y el dinero que tienen en caja para afrontar los pagos más urgentes; y también nos dicen lo que les deben a sus proveedores o a los bancos y, cómo no, lo que queda para nosotros, los accionistas, en el patrimonio neto. Además, en el estado de flujos de caja nos cuentan el dinero que ha entrado (de venta de productos, de venta de algún inmueble, de ingresar una ampliación de capital) y el que ha salido (para pagar a los acreedores, para invertir en comprar una filial o para pagarnos a los accionistas en forma de dividendos). Todo eso nos lo dice la contabilidad.
Y como inversores nuestra labor consiste en analizarla, en entender ese idioma y saber qué está pasando en la empresa y si va bien y vale más o si va mal y vale menos. Tenemos que leer en ese suelo y comprender si estamos construyendo sobre roca o sobre arena, como en la parábola de San Lucas. La solidez de dicho terreno, por así decir, podemos verlo en la contabilidad —desde luego no es el único lugar, pero me voy a centrar en ella en este artículo— principalmente pues la empresa está obligada a explicar, mediante dicho lenguaje, la imagen fiel de la misma. Dicha obligación no significa que siempre la cumpla o, mejor dicho, no significa que la cumplan todas; al igual que con la llamada a la santidad que nos afecta a todos, no todos la alcanzamos y, desde luego, algunos somos muy conscientes de lo alejados que estamos de ella. Y, sin embargo, no invalida ni dicha llamada a la conversión ni se invalida por algunas empresas que engañan la llamada a ser honradas y mostrar fielmente sus logros. Afortunadamente, dado que el cumplimiento de una norma contable es más sencillo que el de mantener el mandato divino de «amaos unos a otros», es mucho más sencillo encontrar a los cumplidores entre las empresas —sólo han de cumplir con la «norma», no les obliga a la perfección moral— que no entre los seres humanos. La ventaja para los seres humanos es que, a nosotros sí, una vez limpias nuestras culpas nos espera la vida eterna y las empresas no pueden acceder a ella ni por asomo.
El lenguaje contable, por tanto, nos habla con diferentes «acentos», el balance, la cuenta de resultados… y, según el tipo de empresa, un acento es más importante de entender o de vigilar que otro. Por ejemplo, el balance de situación nos habla de lo que la empresa tiene y debe en una fecha determinada, por ejemplo, a final de ejercicio. Mientras, la cuenta de resultados nos explica lo que la empresa ha logrado vender y producir a lo largo del año y cómo ha conseguido cubrir los gastos para ello hasta dejarnos el beneficio que podremos repartir, reinvertir o una combinación de ambos. Hay empresas en las que, por decirlo así, nos basta conocer su presente: su balance, para alcanzar un valor intrínseco con una cierta prudencia. En este tipo de empresas que, generalizando y en homenaje a Benjamin Graham, podríamos llamar net-net. Hay otras empresas en las que, sin embargo, no es su pasado/presente lo que realmente nos interesa, sino su futuro y éste lo podremos «conocer» (mejor sería decir: estimar) a través de diferentes asunciones de crecimiento de las partidas que, por no complicar el asunto, podemos encontrar en la cuenta de resultados o pérdidas y ganancias. Este tipo de empresas las llamaremos creadoras de valor o, en inglés, compounders, y solemos asociarlas a las empresas del tipo de Buffett/Munger.
Por ello, antes de lanzarnos a mirar las cuentas de una empresa debemos tener una idea aproximada del tipo de empresa que estamos analizando, a qué tipo pertenece y, así, podremos entender qué información contable de la empresa es más relevante. En unas nos enfocaremos más hacia el balance, en las otras hacia la cuenta de resultados. La solidez de la roca, en cada caso, dependerá de lo que podamos ver en esas conversaciones con la contabilidad de la compañía. Una deuda baja es muestra de una situación financiera razonablemente buena o sólida… nuestra roca parece ser firme. Si, además, en el activo contamos con tesorería suficiente (o con una gestión del capital circulante que nos permite afrontar con comodidad los pagos a corto plazo), activos tangibles sólidos y con suerte fácilmente liquidables, la confianza en la solidez de la empresa se va volviendo de granito. Si, al mirar de soslayo, vemos que su cuenta de resultados muestra beneficios durante años, podemos concluir que el suelo es firme… Luego tocará ver qué pide el dueño del terreno y si acepta nuestra oferta.
En las compounder el balance tiene menor importancia, aunque la deuda baja siempre es una buena base, y nos interesa más la evolución del negocio: sus márgenes sobre ventas, la evolución del negocio principal, la existencia o no de extraordinarios (preferiblemente que no los haya) y lo que la dirección hace con los beneficios que genera la compañía. Y no podremos conformarnos con mirar un solo año, necesitamos muchos y entender cómo han llegado hasta aquí, los proyectos que tienen en mente y cómo pueden afectar al futuro de nuestros márgenes incluso aunque, puntualmente, haya algún año donde los márgenes se reduzcan.
Sí, debemos mirar el suelo del terreno en que queremos invertir para construir sobre roca, pero, antes de invertir en él, deberemos calcular con esos datos y estimaciones lo que para nosotros vale el terreno de roca firme. E invertir si nos piden mucho menos.
Respecto a la parábola, siempre deberíamos invertir en ella, pues cualquier precio es barato ante la recompensa de la vida eterna. El mercado bursátil, bueno, nunca es tan generoso.
Os espero en el próximo artículo.
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