Si algo ha caracterizado a la economía global a lo largo de los últimos tres o cuatro años ha sido la inestabilidad y la incertidumbre, desde la crisis de la Covid hasta la invasión de Ucrania por parte de Rusia, pasando por multitud de crisis bancarias en EE.UU. o un mercado de commodities que no ha dado un respiro a los países emergentes. Desde luego, la guerra entre Israel y Palestina no ayuda a la estabilidad económica y política en el globo y añade una nueva tensión a los mercados globales, siendo especialmente relevante esto en el caso del mercado de bonos soberanos.
La economía global ha mostrado signos de cierta resiliencia últimamente (desde luego, muchos menos países han entrado en recesión en los últimos trimestres que lo que predecían la mayoría de analistas). Por otro lado, esto no quiere decir que muchas transformaciones estructurales de la economía global en los últimos años no hayan reducido el crecimiento potencial a escala mundial, con especial incidencia en los países occidentales. Además, la crisis de los mercados de recursos naturales ha tenido un grandísimo impacto en multitud de países emergentes, generando una mayor divergencia en términos de crecimiento potencial entre países desarrollados y emergentes. Esto ha frenado la tendencia a la convergencia global que se había establecido en las más recientes décadas.
La realidad es que, si bien la incertidumbre sobre la tendencia de la economía global se mantiene, esta se ha reducido considerablemente en comparación con los primeros meses del año, cuando se hundieron varios bancos en EE.UU. y el Credit Suisse. Además, los niveles inflacionarios no son ni mínimamente comparables, y muchos países han demostrado que se podía combatir la inflación con una política monetaria sensata sin necesidad de inducir una recesión (esto aún está por ver en determinados países de Europa con alta sensibilidad al monto del pago por intereses de la deuda). Por otra parte, a la hora de analizar la mayoría de los mercados laborales de las economías occidentales (tanto en la Eurozona como en EE.UU.) lo que observamos es una elevada robustez en términos de crecimiento de la tasa de empleo y de la masa salarial, además de una calara espiral de salarios-precios (sin evidencia, por el momento). En este sentido cabe remarcar, tal y como mostraba recientemente el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su más reciente edición del World Economic Outlook, que existe una clara tendencia a la compresión de la desigualdad salarial global, con los rangos salariales más bajos creciendo a mayor ritmo que aquellos más elevados, contribuyendo a una tendencia a la reducción de la desigualdad de ingresos. Un punto interesante que hace el FMI al respecto es el hecho de que esta tendencia se ha podido consolidar en parte debido al crecimiento del teletrabajo y su normalización en multitud de industrias del sector terciario, lo cual habría conllevado un crecimiento de los salarios reales en muchas de ellas.
Todo lo anterior no quiere decir que no se mantengan significativos riesgos geopolíticos y económicos que pueden afectar a determinadas tendencias globales. Uno de los principales es la crisis del sector inmobiliario chino, que ya lleva activa más de un año y que ha sido una de las principales causas, si no la principal, de la ralentización de la economía china y su pérdida de liderazgo de crecimiento potencial en el mundo. Aparte de la situación económica del gigante asiático, otras dos tendencias principales de desestabilización económica son la elevada volatilidad en los mercados de commodities a nivel mundial y la posible extinción de cualquier atisbo de ahorro acumulado que quedara en EE.UU. de la época de las transferencias fiscales masivas durante los confinamientos por la Covid.
Estos dos factores en conjunto pueden inducir una ralentización del consumo en Occidente, con especial énfasis en EE.UU., lo cual se podría ver reforzado por la inesperada resiliencia de las tasas de inflación que estamos observando en el país, lo que se podría confirmar pronto si la Fed opta erróneamente por abandonar de manera prematura la adaptación de los tipos de interés a las elevadas tasas de inflación actuales y comienza a estabilizarlos o incluso a reducirlos. Además, un factor muy relevante es el futuro de la política fiscal en los países occidentales, ya que la mayoría de ellos verán su colchón fiscal gravemente constreñido ante el incremento del coste de la deuda pública por la subida de tipos por parte de los bancos centrales, lo que podría generar un shock de pagos de interés de la deuda en muchos de los países más endeudados de la Eurozona, como es el caso de España o Italia.
Con todo esto en mente, la estimación del FMI para el crecimiento global en 2023 es un 3 % inferior a lo pronosticado previamente al Covid, es decir, hemos sufrido una pérdida del 3 % del crecimiento potencial. Sin embargo, llama la atención un factor muy relevante: en los países de renta más elevada, como puede ser el caso de EE.UU., es donde menos pérdida de crecimiento potencial se ha generado, mientras el impacto ha sido mucho mayor en los países de menor renta per cápita, la mayoría de ellos países emergentes. Todo ellos, entre otras cosas, muestra la elevada habilidad de los países más desarrollados de lidiar con shocks macroeconómicos gracias a sus estructuras institucionales y a la solidez de muchas de sus herramientas de política macroeconómica, frente al menor margen de maniobra de los países emergentes. El resultado de todo ello (obviamente junto a la elevada inestabilidad geopolítica) es que, según el Banco Mundial, hoy en día hay 95 millones de personas más bajo el umbral de la pobreza extrema que a finales del año 2019, lo cual es un gran fracaso en términos de desarrollo económico global.
Tal y como podemos observar, mientras muchos de estos problemas son de naturaleza política, otros tantos son estructurales o coyunturales y la combinación de todos ellos en un marco de debilitación y desarme de las estructuras multilaterales hace que encontrarles una solución sea mucho más complicado y, desde luego, costoso. Esto solo resalta la necesidad de reforzar cuanto antes las herramientas económicas a disposición de las instituciones supranacionales para que, a través de una mayor coordinación geopolítica y económica a nivel global, podamos buscar un marco de solución a esta innumerable lista de shocks que aquejan a la economía mundial.
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