Aunque descubrí a los economistas austríacos después de diez años como inversor, encontrarlos fue un acontecimiento decisivo para mí. Su idea de la economía me ha ofrecido desde entonces una explicación de los fenómenos económicos que coincide sorprendentemente con mi experiencia diaria en los mercados y con mi visión como inversor, y, en este sentido, son para mí estupendos compañeros de viaje.
Tener un conocimiento de experto de la economía no es esencial para las decisiones diarias de inversión, pero sí es conveniente contar con un marco conceptual sólido de base, una idea suficientemente profunda del asunto que nos permita caminar con brújula.
La experiencia prueba que comprender cómo funciona eso que llamamos la economía, que no es otra cosa que comprender cómo funciona la acción del hombre, puede ayudar significativamente en el proceso de inversión a largo plazo. Invertir es intentar predecir el comportamiento de consumidores, empresarios, trabajadores, políticos y todo aquel que está a nuestro alrededor. Si comprendemos cuáles son los resortes que les mueven y qué se puede esperar de ellos, habremos recorrido una gran parte del camino. La economía y la inversión están íntimamente relacionadas, y no lo están porque ambas disciplinas traten de números, que apenas los necesitan, sino porque en ambos casos lo esencial es comprender al hombre que actúa. Esa comprensión es a lo que aspiran en última instancia los buenos economistas y los buenos inversores.
Por fortuna, existe una rama de la teoría económica que nos puede ayudar notablemente en este sentido. En la Escuela austríaca encontramos eso que los clásicos llamaban “la economía con sus economistas”. No aprendices de brujos, sino hombres sensatos y lúcidos que esclarecen los fenómenos relacionados con el comportamiento humano, particularmente en el área de la economía. Esta economía con sus economistas no nos va a decir cuánto va a crecer el año que viene el PIB o cómo se comportará la inflación, pero sí nos pondrá sobre aviso sobre qué puede ocurrir con un país o con un sector particular al cabo de unos años según la actuación presente de los diversos actores económicos. Por dónde puede venir el peligro, y en qué aguas nos podemos bañar seguros. Nos va a enseñar, en último término, a prestar atención las variables esenciales, que casi nunca coinciden con las que los economistas aprendices de brujos, en general neoclásicos, nos señalan.
Conviene detenernos, pues, en este grupo de economistas austríacos que siempre han estado un poco al margen, olvidados y alejados del sistema, para intentar probar que la comprensión de la acción humana en el ámbito de la economía nos va a permitir ver el futuro con más claridad y vivir más tranquilos.
Carl Menger (1840-1921) recoge lo esencial de sus antecesores históricos, y sienta las bases sobre las que se consolidará la moderna Escuela austríaca. En su libro Principios de economía política edifica su teoría económica partiendo del ser humano real y creativo, a diferencia de los entes objetivos teóricos inventados por Adam Smith y Marx. Su teoría culmina con la ley de utilidad marginal, que establece cómo, de acuerdo con los fines a alcanzar y los medios disponibles, valoramos cada unidad adicional de forma decreciente.
Otra contribución esencial de su pensamiento es la teoría sobre el origen y evolución de las instituciones sociales -lingüísticas, económicas o culturales-. Se pregunta: “¿Cómo es posible que las instituciones que mejor sirven al bien común y que son más extremadamente significativas para su desarrollo hayan surgido sin la intervención de una voluntad común y deliberada para crearlas?”. Esas instituciones, nos aclara, surgen en el tiempo por las interacciones humanas, y esas interacciones constituyen precisamente el objeto principal de estudio de la ciencia económica. Entre las principales instituciones a las que aplicará su análisis evolutivo se encuentra el dinero.
Ludwig Von Mises (1881-1973) señala, en su esclarecedora teoría de los ciclos económicos, que los ciclos se originan por la creación de crédito sin ahorro previo, por medio del sistema de banca con reserva fraccionaria -sin respaldo de oro-, y con el apoyo de los bancos centrales. Con estas bases, la banca otorga préstamos a plazo con los depósitos a la vista que los clientes le entregan. Al no mantener todo el dinero necesario en la cuenta para pagar al depositante, el banco crea dinero “de la nada”.
En su teoría sobre la imposibilidad del socialismo, Mises parte de la evidencia de que no hay nadie capaz de acumular todo el conocimiento y la información que se va creando en cada momento en una economía dinámica. La necesidad de innumerables valoraciones de fines y medios de los agentes económicos hacen imposible un ajuste de los recursos disponibles a los fines deseados. Todo esto no lo puede hacer una persona o un grupo de personas sabias, y pretenderlo conduce a una descoordinación extrema de las acciones humanas en el ámbito de la economía. En consecuencia, en su teoría de la función empresarial, presentará al ser humano concreto, libre y creativo, como el gran protagonista de un proceso social dinámico. En 1949, Mises escribió su obra cumbre: La acción humana, que es el libro más relevante de la Escuela austríaca.
En su brillante teoría evolutiva de las instituciones, Friedrich A. Hayek (1899-1992) afirmará que la sociedad no es un sistema organizado racionalmente por una mente humana, sino que se trata de un proceso complejo producto de una continua evolución natural que no puede ser dirigida conscientemente. La sociedad es un orden espontáneo y dinámico, y es imposible que un solo hombre consiga mejorarlo con una dirección consciente, pues nadie puede disponer de la información necesaria para ello. Además, la coacción que eso supondría impediría que cada persona pudiera conseguir los fines que libremente persigue.
El paradigma austríaco parte, en definitiva, de una teoría de la acción humana, entendida como un proceso dinámico y creador continuo. En este proceso los fines a alcanzar y los medios para conseguirlos no están dados ni pueden ser fijados de antemano ya que son siempre cambiantes por la continua acción y reacción de los agentes económicos. El hombre que actúa es, por tanto, la clave de un proceso que no tiene fin y que nunca alcanza el equilibrio, pues siempre habrá actores que con su actuación rompen otra vez ese pretendido equilibrio aportando nuevos elementos al proceso. Ese hombre que actúa es el empresario creador que intenta aprovechar las descoordinaciones del mercado para obtener un beneficio ofreciendo un producto o servicio con el coste más reducido posible. Con ello contribuye a coordinar los procesos de mercado en dirección a un equilibrio que naturalmente nunca se alcanza del todo.
Mi experiencia es que la visión a largo plazo que debe tener todo inversor se complementa perfectamente con una idea de la economía como la austríaca, con un marco de razonamiento sólido y con perspectiva también a largo plazo. Comprender el funcionamiento general de las instituciones económicas será, en tantos momentos de volatilidad, una brújula de conocimiento que nos va a dar la tranquilidad necesaria para navegar en aguas revueltas sin temer un irremediable naufragio.