Hace menos de dos años, en noviembre de 2023, falleció el socio y amigo de Warren Buffett al frente de Berkshire Hathaway Charlie Munger. Tenía 99 años. El propio Buffett, que acaba de anunciar su retiro parcial al mando de BRK, tiene actualmente 94 años. El maestro de éste y padre y fundador del value investing, Benjamin Graham, falleció en 1976 a la edad de 82 años, que no parece tanto, pero es más que la esperanza de vida actual de los hombres en Estados Unidos, 76 años, y 13 años más que la de 1976, que era 69 años. Walter Schloss, otro de los alumnos de Graham, falleció a los 95 años, gestionando dinero durante casi 6 décadas. Irving Kahn, también discípulo de Graham, murió a los 109 años y trabajó hasta su muerte. John Templeton, otro gran value investor, vivió hasta los 95 años.
Otros célebres value investors, independientemente de sus sub-estilos y preferencias, ya de generaciones posteriores, como Peter Lynch, 81 años, o Jean-Marie Eveillard, 85 años, también han resultado ser especialmente longevos. Howard Marks está a punto de cumplir 80 años. Y Seth Klarman y Joel Greenblatt alcanzan ya los 67 años, con muchas décadas de trabajo fructífero a sus espaldas.
Así que quizá podamos preguntarnos, y no sin razón, si el value investing está actualmente barato y para cuándo va a revertir a la media y darnos alguna alegría a sus sufridos seguidores. Lo cual no deja de ser una gran incertidumbre. Es decir, es una certeza que esto último es una gran incertidumbre. No obstante, lo que sí es seguro es que tenemos una larga lista de ejemplos de value investors que han disfrutado de una larga vida y que coincide con los nombres más representativos y conocidos de este estilo de inversión, puesto en cierta medida en la picota durante los últimos años. Así que llegados a este punto cabe preguntarse por qué. Sobre este misterioso interrogante no disponemos de estadísticas ni comparaciones con otros grupos amplios de inversores adscritos a otros estilos. Por tanto, muy al contrario de lo que practican los value investors, lo único que podemos hacer es especular sin base científica acerca de las razones de tan extraordinarias longevidades.
Especular acerca de los motivos que se esconden tras las largas vidas y carreras de los value investors nos lleva, en cambio, a un interesante ejercicio, que no es otro que describir, per se, en qué consiste de manera amplia el propio value investing. Si tuviéramos que nombrar un motivo por el cual suponemos que viven tantos años el primero no podría ser otro que la mentalidad a largo plazo y el autocontrol que ésta conlleva. El value investing exige paciencia, disciplina y pensar de manera independiente. Según algunos, estas cualidades están asociadas con un menor estrés crónico porque no se reacciona impulsivamente a cada fluctuación del mercado. La capacidad de pensar a años vista en lugar de en semanas o meses parece ayudar, además, en el desarrollo de una mentalidad estable.
Esto parece chocar, por ejemplo, con otros estilos de inversión más agresivos, como el trading, donde uno debe enfrentarse a niveles más elevados de presión emocional. En cambio, del value investor se espera que opere poco y que tome pocas decisiones, aunque importantes. Lógicamente esto implica que debe ser tolerante respecto a los períodos de espera para validar tales decisiones. Es decir, debe ser muy paciente. Posiblemente esto reduzca el desgaste emocional y físico que es común en las otras estrategias de inversión que dependen más del calendario.
Otra característica que se apunta como cualidad del sufrido y paciente inversor en valor es tener un estilo de vida intelectual. Buffett y Munger, sin ir más lejos, han afirmado multitud de veces que dedicaban la mayor parte de su tiempo a leer periódicos y libros. Para permitirse esto, obviamente, hay que tener recursos previos que lo hagan posible. Es decir, no depender de un trabajo cuyo éxito viene determinado o depende del puro vigor y esfuerzo físico. En otras palabras, ni Munger ni Buffett asfaltaban autopistas en verano ni picaban piedra en la mina. Pero la lectura sí mantiene la mente estimulada y despierta la curiosidad. Estos factores se asocian con un menor deterioro cognitivo, algo que es evidente en la enorme lucidez que muchos de los longevos value investors mantenían a pesar de su edad.
Por otro lado, también se ha apuntado que los legendarios value investors llevaban un estilo de vida frugal y ordenado como, por ejemplo, dietas sencillas o rutinas estables acompañadas de una aversión al derroche material y a los excesos. Esto puede ser más dudoso habida cuenta de la poca ejemplaridad de algunas dietas o los excesos amorosos de Graham, no tan célebre como mujeriego que como inversor. Pero quizás sí exista una pauta en ese sentido que enlaza bien con tener una buena salud o al menos una decente a largo plazo. En cierto sentido, a los value investors los acompaña una cierta fama de roñosos y tacaños. Lo que hoy llamamos lonchafinismo. No obstante, más parece un desapego por lo material y un apego por lo intelectual que las típicas caricaturas que solemos encontrarnos habitualmente en relación a estos inversores.
Un aspecto muy interesante respecto a muchos value investors profesionales es que o bien trabajan por cuenta propia o bien dirigen sus propias firmas. De encontrar buenos co-inversores que confíen en ellos esto les permite tener algo muy importante y que no todos los profesionales tienen: autonomía. España es un buen ejemplo de varios value investors que han terminado por trabajar para ellos mismos al frente de sus propias gestoras mejor que para terceros. Y no parece una casualidad. Fundar una empresa es tener un propósito en la vida. Es como un hijo y, por tanto, es inevitable el deseo de “verlo crecer.” Sin lugar a dudas esto ha de favorecer las ganas de vivir, hacer cosas y, por tanto, la longevidad.
Para terminar, uno podría deducir que quizá la filosofía del value investing no solo parece guiar las inversiones de los value investors, sino también su forma y estilo de vida, como si todo fuera unido. Cuando tu estilo de inversión se centra en el largo plazo parece lógico que vivir más tiempo sea fundamental y quizá entonces ambas cosas se retroalimenten de manera inconsciente. No lo sabemos ni podemos afirmarlo de manera científica, pero a simple vista y habida cuenta de la existencia de ejemplos tan significativos parece que el value investing, sin llegar a ser el elixir de la eterna juventud, sí correlaciona en quienes lo practican con tanto énfasis, dedicación y vocación con una larga vida. Esperemos que eso se contagie a quienes confiamos en este estilo de gestión, aunque eso ya depende de nosotros y no de Mr. Market.