Históricamente, los primeros modelos de sociedades fueron aldeanas que tendían a modelos económicos colectivistas, de baja especialización y altamente consumistas, con un gran porcentaje de su renta destinada a la adquisición de bienes de consumo. Sin embargo, los seres humanos nos dimos cuenta pronto de que todos salíamos ganando si nos especializábamos en determinadas actividades que nos otorgaran una ventaja comparativa e intercambiábamos finalmente su resultado.
En consecuencia, nace la división del trabajo, que se extiende en los entornos empresariales favoreciendo los incrementos de productividad. Cuando los trabajadores se concentran en una única tarea específica, la repetición incrementa sus habilidades y su celeridad. Además, se ahorra tiempo, al evitar que un trabajador vaya alternando diferentes actividades. Fruto de esa especialización, el trabajador adquiere una mayor profundidad de conocimiento sobre su actividad, lo que deriva en aportación de ideas que se traducen en bienes de capital futuros. Estos bienes simplifican su tarea y aumentan su productividad.
El economista clásico Adam Smith apuntó que la principal causa de la prosperidad es la creciente división del trabajo. Utilizando el famoso ejemplo de la fábrica de alfileres, Smith afirmó que diez trabajadores podían producir 48.000 alfileres por día si cada una de las dieciocho tareas especializadas se asignaba a trabajadores particulares. Sin embargo, sin la división de las tareas, un trabajador tendría suerte si produjera un alfiler por día. A pesar de que Adam Smith ha sido el gran referente sobre la división del trabajo, otros autores ya introdujeron este concepto en el pasado. Incluso, Platón, en el diálogo socrático La República (año 380 a.C.), menciona los beneficios de la especialización y la división del trabajo en la discusión con Adeimantus:
“Debemos determinar que todas las cosas se producen más abundante, fácilmente y de mejor calidad cuando un hombre hace una cosa que es natural para él y lo hace en el momento oportuno, y deja otras tareas […] Y, por lo tanto, lo que producen en casa no sólo debe ser suficiente para ellos mismos, sino también en cantidad y calidad para dar cabida a aquellos a quienes se les abastece”.
Ningún ser humano es capaz de producir individualmente un solo producto final. Es a través de la cooperación, aportando al grupo su tiempo y su conocimiento, como cada trabajador contribuye a la elaboración final de un producto. Así, la división del trabajo en una empresa es una manifestación concreta de la división globalizada del conocimiento de las técnicas de producción. Así, y en contra de la teoría malthusiana, con el incremento de la población se produce un perfeccionamiento natural de las técnicas de producción al concentrarse un mayor número de cabezas pensantes para explorar cada una de las ramas del conocimiento.
La especialización encuentra su aliado en los entornos que tienden al crecimiento y consolidación de un sistema de libre mercado. En este contexto, las mejoras de técnicas productivas en bienes de consumo permiten liberar factores productivos, que se destinarán a la producción de bienes de capital. Por esa razón, encontramos una relación inversa entre los niveles productividad y horas de trabajo al año. Aquellos países que históricamente han apostado por la producción de bienes de capital y por la acumulación de conocimiento a través de la especialización, son los más eficientes y productivos.
El caso más destacable es Alemania: con una productividad por hora trabajada de 64,43 dólares en paridad de poder de compra, sus trabajadores suman una media de 1.371 horas de trabajo al año. En contraste, tendríamos a Camboya: con una productividad por hora trabajada de 2,05 dólares en paridad de poder de compra, sus trabajadores suman una media de 2.510 horas de trabajo al año.
Para el inversor value, la división del trabajo es un factor esencial en el análisis de un negocio. Aquellas empresas con un alto grado de especialización en su estructura productiva, que eviten de esta manera factores productivos ociosos, estarán más capacitadas para generar economías de escala, lo que se convertirá en una ventaja competitiva vía reducción de costes por unidad vendida.
Para identificar aquellas empresas con un alto grado de productividad, se observará la evolución de la Ratio de Productividad=Ventas-Costes de Ventas/Gastos de Personal. Esta ratio nos indica las unidades monetarias obtenidas en la actividad ordinaria por cada unidad invertida en personal. Aquellas empresas más eficientes en su estructura productiva, posicionarán esta ratio entre las más altas de su sector.
En términos dinámicos, si se analiza la empresa entre diferentes periodos, es interesante seguir atentamente la evolución de las Ventas frente al Coste Medio de Personal=Gastos Personal/Número de Empleados. Si el crecimiento de las ventas es superior al avance del Coste Medio de Personal, la empresa tenderá a rendimientos marginales crecientes en el factor trabajo. Si, por el contrario, el crecimiento de las Ventas es inferior al avance del Coste Medio de Personal, la empresa tenderá a rendimientos marginales decrecientes en el factor trabajo.