Una mañana se alza insidiosamente una sospecha: que la vida podría ser algo muy distinto a la vida que vivimos. Sospecha tan pérfida como vertiginosa, quizá la más antigua del mundo: que la vida que vivimos tal vez no sea realmente la vida.
Que esta vida, la que hemos acordado llamar la vida, tal vez ya no sea más que una apariencia o un semblante de vida. Que tal vez se haya vaciado de sí misma, sin que lo sepamos, y ya no sea más que su simulacro o su parodia. Que nuestras vidas no sean más que pseudovidas.
Ahora bien, una vez vislumbrada esta sospecha, ¿dejaremos que caiga en el olvido como si tratásemos de olvidar un mal sueño? Hay una especie de acuerdo tácito para disimular. De hecho, ¿quién no finge, en mayor o menor medida, que nunca ha tenido esa sospecha relativa a la vida vida misma, a lo que sería como una falsedad de la vida en la cual la vida se ha hundido?