El autor se propone en este libro señalar los inconvenientes de la cultura financiera más extendida en la actualidad, basada en la búsqueda del beneficio a corto plazo, mostrando, al tiempo, las ventajas de invertir en bolsa con una visión a largo plazo.
Parte de tres convicciones básicas: invertir en bolsa no es fácil, porque las reacciones requeridas son muchas veces contraintuitivas; a la larga, al inversor paciente le irá siempre mejor que al inversor impulsivo; en el largo plazo, la bolsa es la mejor opción de inversión posible. Con una mirada en perspectiva, lúcida y amplia, establece la relación entre la evolución de la economía y el comportamiento de los índices bursátiles. Prueba la necesidad ineludible de la disciplina para invertir, evitando los sesgos de comportamiento. Y se apoya en datos históricos para afirmar que “en el largo plazo la bolsa no es aleatoria y ofrece al accionista una rentabilidad muy concreta: el doble de lo que crece la economía”. Además, nos avisa de que encontrar compañías de valor en donde invertir es una tarea muy exigente, que sólo puede hacerse bien con una visión global, grandes capacidades y dedicación, además de un temperamento adecuado: se trata de un arte, más que de una ciencia. Por ese motivo, confiar en gestores capaces o replicar un índice serán, según el autor, las mejores opciones para la mayoría.
Se nos ofrece, en definitiva, con datos significativos y reveladores y un análisis histórico en profundidad, una visión completa de la inversión en bolsa vinculada a la evolución de la economía. Y de esta visión puede sacar provecho el inversor tranquilo, ese hombre informado, disciplinado y optimista que no pierde el tiempo en tratar de adivinar la tendencia del mercado e invierte sólo los ahorros que no necesita a largo plazo en compañías que conoce a fondo, reinvierte los dividendos, compara su rentabilidad con el índice de referencia, vigila los costes de comisiones e impuestos y diversifica su inversión.
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