Invertir es una tarea en la que, a largo plazo, gana la persona más disciplinada, no la más inteligente. El mayor obstáculo que nos separa de una estrategia de inversión adecuada somos nosotros mismos: no somos los seres racionales que los economistas representan en sus modelos. De hecho, solemos prestar más atención a la narrativa que a los datos.
Además de ciertas habilidades para efectuar análisis y cálculos cuantitativos, es preciso un profundo conocimiento histórico y desapego emocional. Porque antes o después, el temple del inversor será puesto a prueba por un mercado gravemente dañado. Este primer encuentro del inversor con una caída significativa del mercado sirve, ante todo, para descubrir su verdadera tolerancia al riesgo.
Para invertir a largo plazo debemos tener paciencia, dinero disponible y coraje, en este orden. Porque en finanzas, la mejor pesca se realiza siempre en mares tormentosos. Los inversores con una estrategia coherente capaces de ceñirse a ella a largo plazo deben tener, además, memoria, conciencia histórica. No tiene sentido valorar el riesgo de las acciones sin señalar la importancia decisiva del horizonte temporal de nuestras decisiones. En inversión, más tiempo significa siempre menos riesgo.