Jeremy Siegel escribe este libro para probar la tesis sencilla y clara de que “las acciones constituyen el mejor medio de acumular patrimonio a largo plazo”. Y lo hace explicando qué rentabilidades pueden esperarse de acciones y bonos según su rendimiento histórico, y analizando los factores principales que determinan esas rentabilidades.
Es cierto que los mercados en situaciones concretas dan lugar a historias sensacionales de beneficios increíbles y pérdidas devastadoras. Sin embargo, los pacientes inversores en acciones que sean capaces de ver más allá de los titulares superarán siempre a los que vuelan hacia los bonos u otros activos. Durante los últimos 210 años, la rentabilidad anual compuesta de una cartera diversificada de acciones ordinarias se ha situado entre el 6 y el 7%. Esto es así porque quien invierte en bonos, está especulando con el nivel general de precios, con la inflación; mientras, quien invierte en acciones a largo plazo, invierte en el progreso, en el crecimiento económico y en la mejora de productividad. La productividad es la clave de la mejora del nivel de vida. Crece al 2-2,5% cada año; así, cada 35 años, el nivel de vida se dobla. El acceso al conocimiento y la conexión global del talento, provoca aumentos continuos de productividad. Por ese motivo, a medida que aumenta el periodo de permanencia, la probabilidad de que las acciones superen a los activos de renta fija se incrementa de forma notable. A diez años, en un 80% del tiempo; en 20 años, en un 90%; en 30 años, el 100% del tiempo. No obstante, hay que identificar y evitar los peligros. Los ciclos económicos no se pueden prever, así que mejor concentrarnos en buscar buenos negocios. Conviene evitar predicciones técnicas y efectos ilusorios. Al final, a largo plazo, la rentabilidad de las acciones está determinada por los beneficios empresariales, pero, a corto plazo, cualquier cosa impredecible puede mover el mercado, generando volatilidad. En esos momentos de dificultad, las claves son los profesionales solventes y honestos y los factores psicológicos de nuestro comportamiento, que conviene conocer a fondo antes de invertir porque pueden desbaratar cualquier análisis racional.
Este libro prueba su tesis a favor de las acciones sobre cualquier otra forma de inversión a largo plazo con datos significativos y contundentes, recordándonos que “a medida que se amplíe nuestro horizonte temporal como inversor, hay que asignar un mayor número de acciones a nuestra cartera de activos”.
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