Este es un libro de fragmentos que recoge las ideas fundamentales de Manuel Bartolomé Cossío sobre la educación de los niños.
La Institución Libre de Enseñanza se propuso, ante todo, educar a sus alumnos. Para lograrlo, comenzó por asentar, como base primordial, ineludible, el principio de la reverencia máxima que al niño se le debe. Pretendió prepararlos para ser, antes que profesionales, hombres, personas capaces de concebir un ideal, de gobernar con sustantividad su propia vida y de crearla mediante el armonioso consorcio de todas sus facultades. Para conseguirlo, propuso: trabajo intelectual sobrio e intenso; juego corporal al aire libre; larga y frecuente intimidad con la naturaleza y con el arte; absoluta protesta, en cuanto a disciplina moral y vigilancia, contra el sistema corruptor de exámenes, de emulación, de premios y castigos, y de espionaje y de toda clase de garantías exteriores; vida de relaciones familiares, de mutuo abandono y de confianza entre maestros y alumnos; e íntima y constante acción personal de los espíritus. Consideró que el mejor método es que el niño aprenda jugando; que represente y realice los objetos de sus concepciones; que la memoria deje de ser, como viene siendo, el casi único instrumento de la enseñanza; que se amplíen los programas escolares, dando entrada en ellos a las ciencias naturales; que se practiquen las lecciones de cosas; que los alumnos trabajen en oficios mecánicos; que no se desatienda el desarrollo físico del niño; que se fomenten las excursiones, los paseos al aire libre y los juegos. En definitiva, enseñar a los niños la ciencia de ver.
“Donde hay espíritu, allí está la libertad”, dice Cossío. Sólo la libertad engendra espíritu. Y en libertad espiritual y en espíritu libre debe consistir, según su sensibilidad, la escuela. En la vida hay trabajo. Mas la escuela no es trabajo, sino juego. Así la llamaron los latinos: ludus. Y como nadie juega sin tener ocio, ocio es lo que significa exactamente escuela en Grecia, que creó la palabra. Estudiante, escolar, quiere decir ocioso; porque tener ocio es y ha sido siempre suprema aspiración del hombre para jugar y para estudiar; o sea, saber por saber; contemplar y gozar puramente lo bello; perseguir el bien sin egoísmo, es decir, para jugar también con el espíritu, porque eso es jugar, y a eso, y nada más que a eso, debe irse a la escuela.
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