Todos nosotros, en función de lo que nos gusta, según nuestras preferencias, nos sentimos atraídos por consumir. Podemos buscar satisfacer necesidades básicas como comida, bebida o ropa; o aspirar a satisfacer algunos anhelos más complejos como protección o seguridad. Para consumir, vamos a comercios físicos o buscamos online. De estas acciones particulares de compra y venta, nace el mercado, que no es más que el encuentro entre las personas que quieren comprar una inacabable variedad de productos y todos aquellos que están dispuestos a producirlos y venderlos.
Tomemos un ejemplo sencillo. En una fábrica de Alicante, se hacen unos bonitos zapatos. Una vez hechos, se transportan hasta Madrid, donde se exhiben en una tienda en el centro. Estás paseando, y de repente te encuentras en el escaparate de esa tienda esos zapatos, que te encantan y quieres comprarte. Entras, te pruebas los zapatos, aceptas el precio de venta y realizas la compra: al hacerlo, completas el complejo proceso que configura el mercado.
En el precio final de un producto, entran en juego varios factores. Un consumidor está dispuesto a pagar por algo sólo hasta un determinado precio, porque por encima de ese límite ya no disfrutaría su posesión. En el caso de los zapatos, todos queremos que sean buenos, de piel y bonitos. Pero incluso estando de acuerdo en esas características, no todos estamos dispuestos a pagar lo mismo por ellas. Una mujer quizás pagaría hasta 90€; mientras otra, en cambio, pagaría hasta 135€ porque tienen unos tacones maravillosos. Hasta ese precio que estás dispuesto a pagar, te beneficias de una sensación de felicidad (excedente del consumidor). Juntando todas estas cantidades que los distintos consumidores están dispuestos a pagar, tenemos la demanda de un bien. Un productor, en cambio, pretende vender por encima de lo que le cuesta hacer un bien. Si es capaz de vender los zapatos por encima de lo que le costó producirlos, obtiene un beneficio (excedente del productor). Cada productor de zapatos tiene un coste diferente (no es lo mismo hacer un zapato bueno y funcional, que unos Manolos). Si unimos todos los precios a los cuales están dispuestos a vender sus productos, obtenemos la oferta de un bien.
Cuando pagamos un precio por unos zapatos, esa cantidad refleja el valor que le damos como consumidores. Al comprarlos, tanto el vendedor como nosotros nos sentimos satisfechos con nuestra elección, que es libre. Esto es lo que llamamos: eficiencia del mercado. Así, cada uno, siendo egoísta en nuestra elección, generamos valor, maximizando nuestra satisfacción y los beneficios del productor. Hasta Adam Smith lo expresó en términos comprensibles: “no es por la bondad del carnicero, del cervecero o del panadero que podemos contar con la cena de hoy, sino por su propio interés”. Y es precisamente gracias a la suma de esas pequeñas acciones libres y egoístas que todos elegimos diariamente, como una Economía a nivel colectivo genera riqueza: dejando al mercado actuar libremente.