Probablemente no hay dos corrientes de economía más cercanas y a la vez más distintas que la escuela de Chicago y la escuela austriaca de economía. No es un ejercicio puramente académico el reparar en las diferencias fundamentales entre ambas tradiciones, pues las consecuencias de seguir una u otra desde el punto de vista de la política económica y de la economía como disciplina son gigantescas. Veamos entonces, simplificando muchísimo la discusión, algunos puntos esenciales que separan a Viena de Chicago.
El más importante, sin duda, es la metodología. Para Chicago la economía es una ciencia al estilo de la física. Esto significa que debe proponer hipótesis y probarlas empíricamente para establecer leyes de carácter universal. La metodología de Chicago asume así que los seres humanos nos comportamos con una lógica parecida a la de átomos o moléculas y que por tanto existen en economía, como en las ciencias naturales, regularidades o relaciones constantes que pueden medirse con validez estadística para realizar predicciones. La infinita recopilación de datos y la matematización de la disciplina de economía, de la que se quejara amargamente Röpke, es una consecuencia necesaria de este enfoque que pretende alcanzar niveles de certeza comparables a la física.
Para los austriacos este enfoque no solo es equivocado sino peligroso. Pues si aceptamos que los seres humanos tenemos un comportamiento “robótico” como diría Rothbard, entonces, al igual que en las ciencias duras, los expertos pueden diseñar y controlar a voluntad las variables económicas desde el poder, tal como lo haría un ingeniero que diseña y construye un puente. De ahí al socialismo hay un paso. Por algo Hayek sostendría que el libro de Friedman Essays in Positive Economics era un libro “muy peligroso” en el mismo sentido que la Teoría General de Keynes.
Los austriacos afirman que la economía es una ciencia social que merece una metodología distinta a las ciencias naturales. Los seres humanos no nos movemos con una lógica mecánica por lo que no existen regularidades que permitan establecer leyes verificables empíricamente. Siguiendo a Ludwig von Mises, para los austriacos la economía es una ciencia a priori cuyas leyes se deducen de la estructura lógica de la acción humana y son necesariamente verdaderas. Así, por ejemplo, el postulado de que en una relación de intercambio voluntaria ambas partes están esperando beneficiarse, no requiere comprobación empírica. Tampoco requiere comprobación empírica el hecho de que los seres humanos valoramos las cosas en el margen, ni la idea de que, a mayor dinero en circulación e igual producción, mayor inflación. Todo eso y más se sigue de la lógica a priori de nuestras acciones. La economía puede así solo realizar predicciones cualitativas y jamás cuantitativas sobre los efectos de una determinada política económica. Y esta última a su vez no puede ser diseñada de un modo ingenieril, porque el mercado es un fenómeno cuya complejidad es irreductible. Esto convierte el uso de modelos matemáticos en un ejercicio inútil por estar inevitablemente desconectado de la realidad. Donde mejor se expresa esta diferencia metodológica es en macroeconomía. A diferencia de Chicago, los austriacos no creen que haya dos esferas distintas, una donde los individuos actúan de acuerdo a leyes de oferta y demanda y otra de agregados que deben ser planificados eficientemente por expertos para que la primera funcione bien. Por eso la escuela austriaca en general rechaza la idea de políticas contracíclicas y descarta la posibilidad de una política monetaria centralizada postulando que el dinero debe ser privatizado y controlado por las leyes de oferta y demanda.
En suma, para Chicago la postura metodológica de Viena carece de rigor científico y es poco seria. Para Viena la metodología de Chicago cae en una pretensión de conocimiento imposible de alcanzar abriendo las puertas parcialmente a la planificación. Lo interesante es que, si se analiza según el criterio de Chicago, cuál de las dos escuelas ha sido más acertada en sus predicciones en el último siglo, Viena lleva claramente las de ganar.