Un sector muy desconocido, pero que gobierna nuestras vidas de manera inadvertida, es el de los «comerciantes de materias primas» o commodity traders. Recientemente, un par de libros han puesto el foco en este grupo de entrañables personajes: El mundo está en venta y The King of Oil. Son lecturas muy recomendadas por la calidad de las anécdotas y para entender la importancia de esta selecta casta. Hay quien después de leer estos libros sigue preguntándose qué hacen exactamente, y yo en este artículo voy a responder, aunque de manera resumida se podría decir que hacen… cualquier cosa que dé dinero.
¿Cómo llega comida a la mesa? ¿De sonde sacan el petróleo las refinerías? ¿Cómo venden en el mercado los países con sanciones internacionales? Se podría decir que el papel fundamental de estos traders es mover material de un lugar a otro. Comprar hierro a una minera junior en Australia por 90 $ la tonelada, arreglar un flete con una naviera y pagarle 9 $/t y vendérselo a una acerería en Qingdao por 100 $ quedándose 1 $. Esto puede parecer simple y el margen pequeño, pero en realidad habrá que acordar muchos detalles como la calidad del hierro (¿58 %? ¿65 %?), en qué condiciones se va a pagar (¿carta de crédito?), quién hace las inspecciones de calidad, quién paga el seguro, los incoterms de venta (¿serán FOB o CFR?), y un largo etcétera. Además, hablamos de quizás un bulker capesize con 200.000 toneladas, lo que significa que una sola operación son 20 M en total y una comisión para el trader de 200.000 dólares. Mucho dinero, mucho papeleo y muchas llamadas.
La cosa puede ser todavía más divertida según nos adentramos en los entresijos de este submundo. Grupos gigantes como Glencore, Trafigura o Vitol ganan absolutas fortunas con operaciones complejas, además de llegar a involucrarse en la gestión económica de países enteros. Vitol, por ejemplo, mueve casi el 10 % del crudo mundial y tiene unos ingresos de 279.000 millones anuales (sí, habéis leído bien, tanto como Alphabet). Cargill, por ejemplo, es una empresa de la que la mayoría no ha oído hablar, pero es la empresa privada más grande de EE.UU., se encarga del 25 % de las exportaciones de grano del país, suministra el 22 % de la carne y todos los huevos de McDonald’s en EE.UU. pasan por sus plantas.
Lord Palmerston, primer ministro de UK durante la época victoriana, dijo una vez: «No tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos.». El comercio de materias primas ha entendido esto a la perfección. Business is business. Los países siempre van a querer vender lo que tienen y comprar lo que no. Marc Rich fundó March Rich+Co, que más tarde se refundaría como Glencore, y gracias a su ayuda Israel construyó un oleoducto en la Península de Sinaí. El vendedor del crudo era nada menos que la República Islámica de Irán. Durante la reciente guerra en Ucrania el gas natural ruso ha seguido fluyendo por los gasoductos ucranianos. Marc Rich adelantó dinero al gobierno jamaicano a cambio de bauxita con descuento cuando el país estuvo a punto de quebrar y declarar default ante el Fondo Monetario Internacional. El CEO de Vitol voló personalmente a Libia para negociar un cargo de gasolina para los rebeldes libios; sin su ayuda seguramente Gadaffi no habría caído.
Como ejemplo de operación creativa, podemos simplemente recordar cómo en 2020 muchos traders aprovecharon la caída del petróleo para comprarlo barato, digamos a 20 $ en marzo, y meterlo en un tanker en alta mar. Lo único que tenían que hacer era pagar al armador unos meses por tener el crudo guardado ahí y a la vez vender futuros con vencimiento diciembre a 50 $ donde entregarían físicamente ese crudo quedándose la diferencia menos gastos. Muchas veces simplemente acumulan grandes cantidades de material esperando a que haya déficit en el mercado, como sucedió con el cobalto en 2017 cuando se disparó su precio.
En el plano personal son otro nivel, también. Las fiestas de Aramco son legendarias. Un amigo trader se convirtió al islam para conseguir mejores condiciones bancarias. En cuanto pusieron sanciones a Rusia, todos corrieron a abrir sociedades en islas lejanas como las Marshall para esquivarlas y poder seguir comerciando con ellos, a la vez aprovechándose de que ahora tenían que vender sus productos con descuento. Además de alergia a los impuestos, muchos traders en mercados frontera como África no se esconden a la hora de hablar de sobornos abiertamente. Glencore ha pagado una cantidad ingente de multas por esto, recientemente más de 1.100 millones ante el Departamento de Justicia estadounidense, donde admitieron que era verdad. Un detalle fascinante que descubrí leyendo el libro de Javier Blas es que hasta 2016 los sobornos pagados en el extranjero eran legales y deducibles fiscalmente en Suiza. Sí, en mi humilde experiencia los commodity traders, junto a los diplomáticos, tienen las mejores historias.
La verdad es que es un mundo llamativo, cuanto menos, capaz de captar nuestra atención con un gran sex appeal, al igual que lo hacia la llamada del Salvaje Oeste. Ciudades construidas de la nada, tierras sin ley, oportunidades de ganar mucho dinero en poco tiempo para los audaces y aquellos dispuesto a todo (en las películas western siempre aparecen minas de oro, jeje) además de gente que son casi forajidos. A mí me encanta, no lo puedo negar. He hecho mis pinitos muy superficiales y solo eso me llevó a hablar con colombianos e indios, casi vender carbón a macedonios, enfadarme con los griegos, darme cuenta de que el precio solo es lo importante en una parte de las operaciones, ya que el resto quieren «calidad» o materiales muy específicos. Y, sobre todo, la ingente cantidad de detalles por definir y coordinar. Ampliando el punto de mira, no puedes sino sentirte minúsculo en un mar inmenso de mercancías de todo tipo que más bien parece un bazar a escala mundial. Un escenario multicultural donde no hacen falta cuotas de diversidad, porque todo el mundo siempre necesita comprar algo y otro, puedes estar completamente seguro de ello, estará dispuesto a vendérselo.
Foto de Zeynep Seçer