El autor parte de la convicción de que la cultura humana brota del juego y en él se desarrolla. El juego es una acción libre situada fuera de la vida corriente que puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga de ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y un determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que tienden a rodearse de misterio o a disfrazarse ritualmente para destacarse del mundo habitual.
Los juegos sirven para recreo del trabajo, como una especie de medicina, porque relajan el alma y le dan reposo. Todo el juego es, antes que nada, una actividad libre. No es una tarea. Se juega en tiempo de ocio. Adorna la vida, la completa y es, en este sentido, imprescindible para la persona y para la comunidad, por el sentido que encierra, por su significación, por su valor expresivo y por las conexiones espirituales y sociales que crea. El juego da satisfacción a ideales de expresión y de convivencia.
La actitud auténtica y espontánea del jugador puede ser de profunda gravedad. El jugador puede entregarse con todo su ser al juego. El gozo, inseparablemente vinculado al juego, no sólo se transmite en tensión sino, también, en elevación. Los dos polos del estado de ánimo propios del juego son el abandono y el éxtasis. Entre la fiesta y el juego existen las más estrechas relaciones. Para jugar de verdad, el hombre, mientras juega, tiene que convertirse en niño.
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