Desde la Antigüedad, siempre se ha considerado que el ocio era la condición primera de toda existencia civilizada. Todo progreso intelectual es fruto del ocio. Sin embargo, ahora nos avergonzamos de nuestro ocio; la meditación prolongada casi produce remordimientos. Y así, se llegará hasta el punto de que ya nadie se atreverá a ceder a una inclinación por la vida contemplativa sin sentir arrepentimiento y vergüenza.
Cuando una obra está lograda, el hecho es que su autor no ha sido simplemente un hombre, sino un hombre inspirado. La poesía es un regalo de la naturaleza, una gracia, no un trabajo.
Carl Gustav Jung dice: “Cuando un individuo pierde contacto con el universo mítico, y su vida se ve así reducida al único dominio de los hechos, su salud mental se encuentra en grave peligro”. Dicho de otro modo, la gente que no lee novelas ni poemas corre el riesgo de estrellarse contra la muralla de los hechos de morir aplastada bajo el peso de las realidades. Y entonces es preciso llamar con toda urgencia al doctor Jung y a sus colegas para tratar de volver a reunir los pedazos.
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