Steven Pinker se propone en este libro probar que el intervencionismo político, la ingeniería social y la pretensión de control del ser humano desde arriba, tropieza una y otra vez con los límites de la irreductible naturaleza humana que pretende negar. Las utopías más peligrosas comparten el deseo de reconfigurar la humanidad, eliminando todo lo que no nos gusta en el ser humano. Pero todos los intentos de soluciones globales y colectivismo acaban por salir mal debido a la resistencia invencible de los universales humanos: la necesidad natural de libertad de los individuos y su deseo innato de familia, privacidad e intimidad. “Nuestra mente se compone de unos intrincados circuitos neuronales para pensar, sentir y aprender, y no de unas tablas rasas, unas gotas amorfas o unos fantasmas inescrutables”.
Existe una naturaleza humana, y esa es la razón por la que no sometemos nuestra libertad a los ingenieros conductuales. Por fortuna, las tres bases de la naturaleza humana expanden de continuo el círculo de la colaboración entre los hombres: los medios cognitivos para conocer cómo funciona el mundo; el lenguaje para compartir lo que sabemos; y los sentimientos que nos permiten empatizar con los otros. Tenemos sentido trascendente y sentido moral innatos. Y estamos equipados con el lenguaje, una psicología intuitiva y la disposición a cooperar, lo que nos permite acumular cultura, que es un fondo común de los descubrimientos presentes y pasados que con tanto esfuerzo hemos realizado. También hay conflictos inevitables, como nos enseñan los mitos griegos. Entre hombres y mujeres; entre viejos y jóvenes; entre sociedad e individuo; entre vivos y muertos; y entre los hombres y Dios. Existe un sentimiento natural de cooperación y protección hacia la propia familia, pero al tiempo, debemos asumir que siempre habrá conflicto entre padres e hijos porque los hijos no lo aceptan todo, porque vienen equipados para escuchar, imitar y aprender, pero también para defenderse, preservar su privacidad y elegir su vida. Estamos misteriosamente configurados por nuestros genes, tanto como lo estamos por la educación exclusiva, por nuestro entorno específico, único, de iguales.
Se nos enseña aquí a evitar la tentación de intentar escribir sobre el milagro de una vida como sobre una tabla rasa. En el ser humano hay amor y violencia; hay compasión, ternura, conflicto y competencia; y así será siempre. Y, en última instancia, “en cada situación cotidiana, con su belleza y sus conflictos por cosas menores, alienta la voz de la especie: esa cosa exasperante, entrañable, misteriosa, previsible y eternamente fascinante que llamamos naturaleza humana”. Conocer esa naturaleza humana, conocernos, es la hermosa tarea que nos encomienda este libro.
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