Todos los sistemas, también los que, como éste del Bienestar, se las dan de blandos y flexibles, son al fin totalitarios; porque se fundan en un funesto ideal, el de creer que se puede de verdad ordenar el mundo y las gentes desde lo alto; lo cual no es verdad, y ese ideal es mortífero para la gente y para las cosas.
Cualquier dirigente ha de estar poseído de esa fe y tener ese ideal: un futuro en el cual, al fin, todo está limpio, no hay más guerras, nadie fuma en el mundo, se han mandado a la luna todos los escombros y los autos de modelos ya superados, el cielo es azul y todas las caras sonrientes como en los anuncios; tienen que creerlo, sí: porque sin esa fe y ese ideal, ¿cómo iban a justificar los destrozos, trastornos, embrollos, que por lo pronto nos imponen, el engorde progresivo de leyes y de informaciones sobre dónde comprar, cómo manejar los nuevos chismes, cómo comer, cómo chequearse periódicamente, en fin, cómo vivir?
Ésa es la cuenta simple y clara que nos desvela este libro lúcido hasta el asombro de Agustín García Calvo: lo caro que ese ideal y prospectivas de futuro nos cuestan de presente y día a día. ¿Hace falta siquiera echar la cuenta? ¿recordarle a cada uno lo que cada día sufre de molestias, cargas, rollos de matar el tiempo, por creerse que el Sistema le está ordenando el mundo?