La nevada es prácticamente la forma pura de manifestación de lo indisponible: no podemos fabricarla ni conseguirla por la fuerza; ni siquiera podemos preverla con seguridad, al menos no con mucha anticipación. Y mucho menos podemos atrapar la nieve, apropiarnos de ella. Si la cogemos con la mano, se nos derrite entre los dedos; si la llevamos a casa, se nos escurre; y si la guardamos en el congelador, deja de ser nieve.
En nuestra relación con la nieve se ve reflejado el núcleo de la relación moderna con el mundo: el momento impulsor de esa forma de vida que llamamos moderna es la idea, el anhelo y el deseo de poner el mundo a disponibilidad.
La vivacidad, la conmoción y la verdadera experiencia, sin embargo, surgen del encuentro con lo indisponible. Un mundo completamente conocido, planeado y dominado sería un mundo muerto. En el juego y el amor, en la nieve y en el propio destino: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental.