Esta estupenda colección de discursos a graduados universitarios de Kurt Vonnegut está llena de sabiduría, pero no es un jardín de rosas. Siempre aparece en ellos la angustia ante la destrucción del planeta, el desprecio de los políticos que nos llevan a la guerra por sus propios intereses, la necesidad de amplias familias o la añoranza de los ritos que fortalecían las sociedades del pasado y cuya ausencia atormenta la nuestra.
Para Vonnegut resultaba igual de importante y admirable servir a los demás en el sitio donde uno esté y sentirse satisfecho por pequeño o banal que ese lugar pueda resultarle al resto del mundo.
Tal como hablaba y escribía, Vonnegut siempre acababa soltando frases e ideas sencillas que todo el mundo pensaba, pero nadie decía, unos razonamientos que expresaban sentimientos íntimos, impugnaban prejuicios y mostraban las cosas desde otro punto de vista. Vonnegut señalaba la evidencia silenciada, era el primero en advertir que el emperador iba desnudo.